Por Carlos Garfias Merlos, arzobispo de Acapulco |

Este domingo se ha celebrado en la Ciudad del Vaticano la canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, que dieron a la Iglesia contemporánea un extraordinario dinamismo pastoral, el primero convocando el Concilio Vaticano II y, el segundo, desarrollando las líneas fundamentales del mismo mediante la gran propuesta de la Nueva Evangelización. Son dos figuras diferentes pero muy complementarias en el camino de la Iglesia actual, cuyas contribuciones han sido decisivas para la manera cómo la Iglesia comprende su misión en el mundo contemporáneo.

La canonización consiste en una declaración pública y solemne realizada por el Papa sobre el reconocimiento de la santidad de una persona a la que la Iglesia inscribe en el canon de los santos. En estos dos casos se trata de dos papas que ejercieron su ministerio pastoral en contextos distintos y difíciles y que trascendieron con el ministerio papal el ámbito de la Iglesia, pues contribuyeron ambos a construir un clima de concordia y de paz internacional. Ambos pusieron su ministerio al servicio de la humanidad, centrándose en la dignidad de la persona humana y pusieron al ser humano en el centro de la atención de la Iglesia. También contribuyeron al enriquecimiento del magisterio social mediante encíclicas y exhortaciones apostólicas, tocando los más diversos temas como el desarrollo, la paz, el trabajo, y otros temas más.

La canonización de estos papas tan queridos por los fieles de la Iglesia y tan reconocidos por muchos pueblos de la tierra, como lo constatamos en México y en Guerrero, es una señal que da aliento a la Iglesia para continuar con el ministerio de la evangelización y seguir buscando los mejores caminos para contribuir a la construcción de la paz, que implica la justicia y el desarrollo integral de los pueblos, que fueron preocupaciones centrales de los dos nuevos santos de la Iglesia Católica.

 

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