Por Mónica Muñoz |

En la actualidad escuchamos constantemente de labios pesimistas la sentencia: «ya se perdieron los valores», y quienes la escuchan, pensativamente concluyen que esa es una gran verdad. Sin embargo, como sucede con muchos términos, nos acostumbramos a oírlos y hasta los repetimos automáticamente, casi sin reflexionar, porque nos parece que tienen una buena dosis de razón;  sin embargo,  nos quedan ciertas dudas, primero porque no estamos completamente seguros de que en el mundo se viva estrictamente lo que afirma esta aseveración y segundo, quizá no sabemos a ciencia cierta qué son los valores.

Y eso mismo me preguntaba yo, ¿qué son los valores?  Si me dedicara a aplicar un sondeo, no faltará quien me diga que se trata de poner precio a las cosas; alguien más puede opinar que es un conjunto de reglas con las cuales se vive de manera armónica.  O tal vez, algún otro comente que es tener muchos bienes materiales.  Alguien más espiritual podrá agregar que es algo que emana de las enseñanzas de la religión.

Creo que todos podrían estar en lo cierto, pues de acuerdo al diccionario, los valores pueden ser económicos, sociales, culturales, humanos, morales y éticos. Y son universales, es decir, comunes en todas las culturas.

Pero quiero referirme en especial a los valores morales.  De ellos se dice que es un conjunto de normas y costumbres que son transmitidas por la sociedad al individuo, que le permiten diferenciar entre lo bueno y lo malo y actuar en consecuencia.

Hasta aquí me parece que estamos todos de acuerdo.  Sin embargo, como dice el refrán, “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.  No es lo mismo entender el concepto que ponerlo en práctica.  De aquí, que se diga que los valores se hayan perdido, lo cual no es exacto.  Lo que sí ha pasado es que a la gente se le ha olvidado usarlos, o lo que es peor, los ignora por resultarles un estorbo en el desempeño de sus actividades cotidianas.

Porque todo mundo sabe que es malo mentir, levantar falsos, robar, engañar, estafar, matar y lo que se pueda agregar a la lista y a pesar de ello, muchas personas lo hacen.  Quiere decir que saben que existen los valores de la verdad, la honestidad, la justicia, la honradez y el amor, pero no les interesa aplicarlos.

Entonces, no es que se hayan perdido los valores, lo que pasa es que el relativismo nos ha invadido a tal grado, que cada quien hace lo que le parece bien y escoge lo que le acomoda.  Entonces nos encontramos con que muchas actitudes y acciones, en el pasado antisociales, ahora se ven aceptadas y hasta aplaudidas.  Vamos perdiendo de vista lo que realmente importa gracias al hedonismo y el individualismo.

Hace unos días encontré dos pensamientos que me hicieron meditar qué tanto estamos invadidos por estos males de la actualidad.  Uno decía: “Preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación; tu conciencia es lo que eres, tú reputación lo que otros piensan que eres”.

El otro era: “Cristo dijo a la adúltera: ‘vete y no peques más’.  No le dijo: ‘Vete y si pecas, no dejes que te juzguen por hacer lo que te hace feliz a ti”.

¿Cuál de los dos está plenamente de acuerdo con los valores? Creo que no hay que indagar tanto: la conciencia puede adormecerse, pero el testimonio demuestra a los demás lo que realmente somos.  Por eso, es necesario tener cerca a alguien que nos ame sinceramente, para que nos indique cuando estemos yendo por el camino equivocado.

Es lo que hacen los padres de familia: alertan a los hijos sobre los peligros latentes en los que pueden caer, pues la experiencia los capacita para ver lo que a los ojos de los hijos implica sólo diversión.  Y cuando, a pesar de las advertencias, se dejan llevar por los placeres o toman una decisión equivocada, terminan reconociendo: ¡Qué razón tenían mis padres!

De la misma forma, quien se esfuerza por vivir de acuerdo a los valores morales, que no son sino maneras específicas para hacer la voluntad de Dios, puede estar seguro de que estará tranquila su conciencia y será una persona ejemplar para los que lo rodean.

¡Que tengan una excelente semana!

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