Por Juan GAITÁN |

La religión, por definición etimológica, es la «ligación» del hombre con Dios. Es decir, la relación de la humanidad con la divinidad, pero, al mismo tiempo, es mucho más que eso.

Al adentrarnos a descubrir las religiones, nos damos cuenta que cada religión no es solamente un modo de relacionarse con Dios, sino también de situarse ante los demás, ante la naturaleza, ante el tiempo, ante la muerte. Cada religión implica un modo concreto de concebir y poner en práctica las relaciones.

El llamado a la santidad

La vocación en sí misma es una relación. Se trata de una llamada amorosa de Dios (quien siempre tiene la iniciativa) hacia el hombre que le (co)rresponde. La primera vocación, entonces, es a la vida. Después, para todos los cristianos, está el llamado a la santidad, a vivir el Evangelio, a la bienaventuranza (la vida feliz).

Este llamado a la santidad nos sitúa ya de un modo particular en el mundo. Antes que nada, por la intimidad con Dios a la que somos invitados; pero también esta respuesta al amor nos conduce a un modo encuentro con los demás, a un trato excepcional con la naturaleza, a una cosmovisión de esperanza.

Las relaciones desde tu vocación

Así pues se va concretando la idea. En el plano de las vocaciones específicas (sacerdocio, vida consagrada y laicado) es posible aplicar esta lógica.

Cada persona, por su vocación específica, lleva un tipo de relación con Dios acorde a su misión. Lo mismo pasa, por ejemplo, en su relación con los pobres, con su familia, con su tiempo (sus ratos libres, sus vacaciones), con la muerte de otras personas, con la enfermedad.

Me explico: la manera de tratarse de un sacerdote con su comunidad parroquial no es la misma que la relación que existe entre los laicos de la misma.

Así pues, para reflexionar acerca de la vocación, puede ser muy útil pensar esto: ¿cómo me indica mi vocación específica que he de relacionarme? Por ser cristianos, nuestra existencia ha de estar determinada por el amor, pero la vocación a la que somos llamados nos lleva a un modo específico de vivir cada una de nuestras «ligaciones».

Si Dios te llama a construir el Reino de Dios en medio del mundo (al laicado), ¿cómo has de tratar con Dios, con tus compañeros de trabajo, con tu familia, tus hijos, la naturaleza, tu tiempo, las enfermedades, contigo mismo? ¿Esa forma de relacionarte construye el Reino de los cielos en la tierra?

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