Originario del Distrito Federal, Eduardo de la Parra es un ingeniero agrónomo zootecnista que llegó a Querétaro en 1976. Pero Dios lo ha llevado por un camino inesperado, el de hacer posible el «Instituto de Educación Integral San Juan Pablo II», un proyecto parroquial que da educación preescolar, primaria y secundaria en el pueblo de Jurica (Querétaro)

Por Chucho Picón

Lalo, ¿cómo te involucraste en las cosas de Dios?

▶ Yo, en mi época de rebeldía, me decía ateo, pero tuve una conversión muy fuerte. La ciencia me explicaba todo objetivamente, hasta que hubo un momento en que ya no; entonces me volvía loco con cuestionamientos, hasta que Dios puso en mi camino gente maravillosa. También leí la Palabra de Dios, y ahí mis cuestionamientos hallaban respuesta. Y como soy muy apasionado, me fui metiendo en serio en la Iglesia: acudía a cuanto movimiento, curso o retiro había, y leía muchos libros religiosos. Estaba 24 horas al día metido y enamorado en las cosas de Dios.

Abriste una escuela, ¿cómo surge el proyecto?

▶ Fue fruto de la conversión, porque yo tenía mi negocio de distribución de material eléctrico en mayoreo para todo el Bajío, y mi oficina estaba en Celaya. Pero también fue la época de las crisis espantosas; me tocó pasar momentos muy difíciles.

Después de mi jornada de trabajo, me venía a las juntas nocturnas de la pastoral familiar en la parroquia del Señor de la Piedad, en el pueblo de Jurica, municipio
de Querétaro.

En la primera de esas juntas hicimos un discernimiento para ver qué podíamos hacer, y fue ahí donde se empezó a hablar de la problemática que había al interior de las familias. Y concordamos que la solución no era una aspirina, sino que debíamos idear una solución que fuera del tamaño del problema; así que se sugirió una escuela, y un anexo para alcohólicos y drogadictos.

Ambos proyectos debieron separarse ya que el solo plan de la escuela requirió dos años de dedicación para echarlo a andar. El anexo también se logró y funcionó muy bien, hasta que Lupita Serrano, la responsable, enfermó de las piernas y ya no pudo continuarlo.

Al final de la primera junta, que acabó como a la 1 de la mañana, yo no dormí por todos los cuestionamientos que traía en la cabeza, y en la Misa de las 8 de la mañana, donde yo acolitaba en la capilla chiquita del fraccionamiento Jurica, me la pasé mirando el Sagrario y preguntándole a Dios cómo iba a ser posible abrir una escuela, sintiendo que eso no podía ser cierto, que nos habíamos «acelerado» en la junta, que eso era una «fumada».

Al salir de la Misa, se me acercó una viejita. Alguien me había pedido que la ayudara a mudarse. Entonces la viejita me dijo que se llamaba Carmelita y que era la persona a la que yo iba a ayudar con la mudanza; ella tenía un problema muy fuerte en los huesos, de hecho ya no tenía hueso en uno de sus brazos porque la enfermedad se lo había carcomido; le era muy difícil caminar, así que la tomé de donde pude para acompañarla, y como yo tenía la cabeza llena del problema de cómo abrir la escuela, me puse a platicarle y ella me dijo: «Yo te ayudo».

Pues resulto que Carmelita había sido directora, fundadora, encargada…, tenía un currículum impresionante en educación, y había trabajado con los Legionarios de Cristo.

¿Ella fue la respuesta que Dios te estaba dando?

▶ Sí, porque aunque yo había creído que eso de la escuela era una «fumada», resultó que ya hasta tenía a una directora, que aunque no le funcionaba el cuerpo por dentro era un volcán.

Empezamos a hacer juntas. Hubo en todo el trayecto momentos de iluminación, yo creo que por acción del Espíritu Santo. En las mañanas me levantaba y escribía las ideas, que no son ideas hechas por un agrónomo.

Y en ese escrito de inspiración se hablaba de que la educación es un derecho del niño, de que los niños son el tesoro más grande que tiene una comunidad, y de que lo que tú siembres en ellos es lo que vas a cosechar.

¿Cómo se llamó la escuela y por qué eligieron ese nombre?

▶ Cuando decidimos hacer la escuela, al día siguiente fuimos a ver al padre Guillermo Landeros, que era nuestro párroco, y al padre Efraín, que era el vicario. El padre Landeros es más aventado que yo, así que le encantó, y decía que ya le pusiéramos nombre; entonces el padre Efraín propuso que se llamara «Juan Pablo II», y todos estuvimos de acuerdo.

Eso fue hace 22 años, la idea del «Instituto Juan Pablo II»; pero empezó a funcionar hace 20 años, en 1998; así que nos tardamos 2 años en echarlo a andar.

¿En algún momento pensaste en abandonar el proyecto?

▶ Sí, pero cuantas veces yo quise abandonar todo, venían señales muy fuertes del Cielo. Yo estaba siempre en oración. Por ejemplo, un día en el que yo quería «tirar la toalla», llegué a mi oficina, en Celaya. Yo ya estaba decidido, pero entonces me llamaron por teléfono unas monjitas de Comonfort, Guanajuato, diciéndome que si yo iba a abrir una escuela ellas tenían bancas y me las regalaban, que si las quería. Y yo me preguntaba: ¿Cómo pueden saber en Comonfort, Guanajuato, que nos reunimos en casa de don Chava, con un foquito de 40 watts?

Ese tipo de cosas las tuve una tras otra. Dios se me iba manifestando de muchas maneras que la escuela era su voluntad.

EL INSTITUTO HOY

El Instituto San Juan Pablo II nace como un proyecto social, dentro de la comunidad parroquial del pueblo de Jurica, para dar atención a las necesidades de educación y formación en valores, atendiendo principalmente a la población vulnerable con las problemáticas de pobreza, alcoholismo, pandillerismo, deserción escolar y violencia intrafamiliar.

En febrero de 1998 comienzan las clases. Sus primeros 53 alumnos las tomaban debajo de un árbol.

Hoy en día cuentan con 683 alumnos, desde 2° de preescolar hasta 6° de primaria.

Si quieres conocer o ayudar: www.educacionintegral.org

 

Publicado en la edición impresa de El Observador del 12 de agosto de 2018 No.1205

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