Por Sergio Ibarra
El descubrimiento accidental de las tierras que denominarían las Indias o la Nueva España dejó un legado plagado de paradojas, con más saldos negativos que positivos.
Se dicen rápido trescientos años, de 1521 a 1821. No hemos cumplido doscientos años de independencia y observamos la cantidad de cosas que han sucedido en el ámbito político, social y económico, sin aún lograr sacudir las herencias coloniales, si bien dejaron la de un pueblo unido por la religión católica.
Si algo caracteriza a Hispanoamérica hoy en día, además del idioma español, es ser la zona con más católicos de todo el mundo. La religión fue tan relevante, que la guerra de la independencia fue encabezada por dos sacerdotes, Hidalgo y Morelos. Una paradoja: aquello que sería la herencia más apreciable de la colonia se convertiría en el medio que daría la conciencia y la unión suficiente para iniciar la lucha por la independencia, con la Virgen María como estandarte.
Las culturas precolombinas eran tribus bien organizadas y con un orgullo de pertenencia. La conquista acabó con ello. El nacimiento de una nueva raza fue inevitable, pero con una contradicción profunda porque ya no eran lo que eran antes y los que nacían, nacían siendo miembros de castas sociales distinguidas por la discriminación basada en la pureza de sangre.
En el ámbito económico, los españoles se concentraron en saquear en forma sistemática a las colonias. Su bajo desarrollo tecnológico se extendió inexorablemente a las colonias. Cuando ocurre la guerra de la independencia, en Europa y en Estados Unidos ya había iniciado la revolución industrial. La agricultura y, en menor proporción, la minería, fueron la base de las actividades generadoras de riqueza; sin embargo, mientras en Europa el feudalismo había evolucionado hasta crear industrias, aquí los señores feudales se consolidaron, fue tal el problema que, ciento veintitantos años después de la independencia, fue necesaria la reforma agraria para repartir la tierra. Lo paradójico es que su autor, el señor Cárdenas, se convertiría en uno de los mayores latifundistas de México. El desarrollo económico dejaría una herencia que, fuera de algunas construcciones que hoy son emblemáticas, es uno de los lastres que más trabajo y esfuerzo sigue costando: la exclusión al desarrollo, México era y sigue siendo una fábrica de pobres.
En lo educativo, se fundó la Real y Pontificia Universidad de San Pablo (UNAM) y el Colegio de San Nicolás. Se hicieron esfuerzos por la compañía de Jesús con un propósito evangelizador. La realidad es que hubo la carencia de un sistema educativo que se prolongó al México independiente. Hoy esa herencia es el lastre más grande de todos: la desventaja competitiva que tenemos como nación por nuestro bajo nivel educativo se manifiesta de manera permanente.
TEMA DE LA SEMANA: LA CAÍDA DE MÉXICO-TENOCHTITLAN, 13 DE AGOSTO DE 1521
Publicado en la edición impresa de El Observador del 19 de agosto de 2018 No.1206