Por P.Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

A veces constatamos en la alegría bullanguera de los niños una afirmación que invita a contemplar su horizonte: “yo ya soy una niña o un niño grande”, aunque tenga dificultades para hablar y mantenerse quieto. No permiten que se les trate como un bebé, aunque todavía plácidamente tomen su mamila y adopten posees de bebé. Pero lo grave es que los grandes muy pronto olvidamos que fuimos bebés; como lo señala Antoine de Exupéry: “todas las personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan”. Y esta es una tragedia, porque de los niños es el Reino de los Cielos; Jesús invita, pues, a tener corazón de niño o de bebé, en la reflexión de von Balthasar. En el misterio de Belén, se nos pone la muestra: Dios encarnado en la condicón de un Bebé, el Niño Jesús. Este es el signo del Mesías que da la Paz, no como la paz romana de Augusto César, del estilo de los poderosos, “si vis pacen, para bellum”, es decir, si quieres la paz está listo para la guerra, armado hasta los dientes con el poderío de quien amenaza con la furia de la guerra de aniquilación, según su método disuasivo. Pero el estilo de Dios es del atractivo del Bebé, indefenso y tierno; el Dios omnipotente y aparentemente lejano, sin dejar su trascendencia, se hace cercanía y caricia. Es la gran profecía de Isaías que se cumple, la del Niño con atributos reales: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos da dado; lleva sobre sus hombros el signo del imperio y su nombre será: ¨Consejero admirable¨, ¨Dios poderoso¨, ¨Padre sempiterno¨, ¨Príncipe de la paz¨…” y (Is 9,1-3,5-6). Por eso san Pablo en su carta a Tito, nos invita a vivir una vida sobria, justa y fiel a Dios (2,11-14). El misterio de Belén, es el Mistero del Dios cercano. Por eso vamos a Belén para encontrarnos con los pastores, gente sencilla y pobre, para encontrarnos a ese Niño, envuelto en pañales, en un pesebre, abrazado por su Madre, María (Lc 2,10-11); vamos a Belén para volver a descubrir en los niños del mundo, los cercanos y los lejanos, el rostro del Niño Jesús, digno de nuestro amor y de respeto a su dignidad y fragilidad elevadas por el Niño de Belén a la condición de ser Él mismo uno de ellos; vamos a Belén para recibir el Regalo de Regalos del Padre Celestial y de la Virgen Madre, su Hijo, y en Él aprender a regalar ofrendado nuestra vida. Que el canto de Los Ángeles “gloria Dios en el Cielo y Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”, nos inunde de gozo interior y de alegría exterior, con nuestros villancicos de aquí y de allá, y participemos del júbilo celestial. Este es el misterio de Belén, este es el misterio de Dios. Porque el Verbo, -Aquél que es la Palabra, se hizo hombre y hemos visto su gloria. (Jn 1, 14). Lejos de la superficialidad de los domesticados por la rutina y la costumbre, peor que el comportamiento de los perversos, según Charles Péguy. Vivir en el estupor de este acontecimiento, extasiados por el Espíritu que solaza nuestra alma en familia o en el templo, -en el nacimiento, en la contemplación y en la acción de Jesús Bebé, siempre Bebé.

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