Algunos colocan las luces, compran los regalos, hacen festividades llenas de color, comida y objetos; otros padecen la soledad, el olvido, la depresión por la sociedad de consumo. Lo cierto es que quizás lo más importante en el mundo se nos esté olvidando: una Navidad con Dios
Por Mary Velázquez Dorantes
Se trata de una de las fiestas más significativas para el hombre. Es uno de los tiempos más importantes en el año litúrgico. Sin embargo, en medio del bombardeo publicitario de los objetos, y la bruma de los estereotipos de la Navidad, el individuo recae en su interior y no se detiene a reflexionar que la Na- vidad está llena de un sí a Dios, de la humildad de los reyes que reconocen al verdadero Rey, de la obediencia de San José, de la alegría y profundidad del Nacimiento en Belén.
Es por ello que El Observador de la Actualidad comparte contigo tres consejos para pasar una navidad con Dios.
1 LA FAMILIA COMO REGALO ÚNICO
Navidad es la oportunidad de compartir tiempo, alegría y, si deseamos, algunos regalos con la familia. Es el momento de reconocer que se nos ha regalado el más preciado tesoro: Dios nace en una familia y nos enseña que, pese a lo que sucede dentro de nuestra existencia cotidiana, tenemos un gran pilar de apoyo.
Las nuevas generaciones necesitan aprender que el regalo único que se tiene es la unión familiar. La Navidad trasciende el comercio de los objetos y de las historias felices; la Navidad constituye el gran valor de estar unidos con los padres, hermanos y amigos que han formado parte de nuestro paso por el mundo.
El hecho de estar juntos hace posible la presencia del Recién Nacido en los corazones del hombre moderno. No existe nada más efectivo en contra del «estrés de las fechas» que compartir con los seres queridos, sin importar si el obsequio fue costoso o si no se obtuvo lo que se deseaba.
Existe algo denominado inteligencia familiar y es la reflexión sobre vivir y convivir con la familia en las fiestas navideñas. Lo primordial es reconocer el don del nacimiento de Dios, sin observarlo como una historia pasada o algo ajeno. Tampoco se debe observar la noche de Navidad como un ritual en el que parece «obligatorio» estar juntos, sino enseñar a los más pequeños la actitud de unión y fraternidad que podemos alcanzar en las fechas decembrinas. Este es el epicentro de la Navidad con Dios.
2 RENOVARSE EN LA FE
Si bien la realidad es atemorizante para algunos, el cierre de año suele verse complicado: la bruma de los gastos vela el escenario de los hombres y la Navidad es el principio para renovarse en la fe, comprender que Dios ha decido habitar con nosotros, reflexionar que existen actitudes pesimistas que nos persiguieron durante todo el año y quizás hicieron que olvidáramos lo más relevante de está fecha: creer en Dios.
Existen actos pequeños que ayudan a los hombres a recuperar la fe, como lo es vivir una Navidad con esperanza, sin miedo, sin la llamada terribilidad de los hombres; esperanza para crecer interiormente, para darse la oportunidad de ser la mejor versión de uno mismo, esperanza para tener una relación personal con Dios.
Además de sumar actitudes positivas, aumentar la caridad, ser gene-rosos individualmente para luego serlo con los demás. Aprovechar los días de descanso para reflexionar sobre cómo ha sido nuestra vida, la de nuestra familia, ubicar el momento idóneo donde se reconozca nuestra vulnerabilidad humana y regocijarse en la presencia del Amado, quien nace en los corazones.
Renovar la fe también significa renovar las emociones y trascender en el hecho de saber disfrutar la temporada. Son días de felicidad sin caer en la tentación de la euforia, simplemente observar detenidamente todo lo que somos y agradecer en una actitud de humildad.
3 TIEMPO PARA COMPARTIR
Los medios de comunicación no se cansan de anunciar que se viven tiempos difíciles. Existe un exceso de dramatización por lo que sucede en todo el mundo. Sin embargo, la mejor forma de vivir una Navidad que haga contrapeso a estos escenarios es a través de la generosidad de compartir con los otros, los que son frágiles y están indefensos.
Compartir no sólo los objetos, sino compartir la alegría, el entusiasmo, entregar el mensaje de una Navidad permanente en los tiempos actuales. Dar testimonio de la presencia de Dios, hacer de la Navidad un tiempo productivo con quien está solo o en abandono, reencontrarse con los lejanos, perdonar las heridas del pasado, aceptar los errores y enmendarlos; éste es el nuevo rostro de compartir el tiempo, los afectos, el pan, la oración.
Navidad es un tiempo que hace posible celebrar el amor, los valores, las sonrisas. Cuando se brinda al otro un momento de calidad entonces Dios está celebrando con nosotros. Salir de las costumbres egoístas y darnos a los otros. La Natividad es la fiesta para saber que estamos preparados para dar consuelo, amor y entendimiento.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 23 de diciembre de 2018 No.1224