Por P. Fernando Pascual

En el Reino de Italia fue aprobada, en 1848, la libertad de culto. En seguida, grupos protestantes trabajaron por ganar seguidores con un proselitismo bastante agresivo.

Según escribió San Juan Bosco en sus «Memorias del oratorio», los protestantes divulgaban sus ideas a través de varias revistas, además de implementar otras actividades de proselitismo.

«Añadían ofrecer dinero, buscar empleos, suministrar trabajo y ofrecer diversas ventajas, vestidos y comestibles a quienes acudían a sus escuelas o frecuentaban sus conferencias, o simplemente aparecían por su templo» («Memorias del oratorio»).

Dos Bosco, un sacerdote inquieto y lleno de amor a los jóvenes y a la Iglesia católica, pensó cómo responder a este reto y cómo evitar que muchos católicos poco preparados cedieran ante el proselitismo protestante.

De ahí surgió la idea de publicar, desde 1853, diversos escritos para defender la fe que tenían como título «Lecturas católicas».

Los textos apologéticos de don Bosco tuvieron una extraordinaria difusión por estar escritos en lenguaje sencillo y asequible para la gente. Ello provocó la rabia de los protestantes más agresivos, lo cual ocasionó no pocos problemas.

Uno, sorprendente, fue el miedo de algunos sacerdotes católicos, e incluso obispos, que no apoyaron para nada la iniciativa de don Bosco. Cuando el santo de los jóvenes pedía revisión a otros sacerdotes para sus textos, muchos se negaron a leerlos por miedo a las represalias de los anticatólicos.

Gracias a Dios, monseñor Moreno, que era obispo de Ivrea, apoyó la iniciativa y dio su visto bueno a la publicación de las «Lecturas católicas», que se difundieron rápidamente entre la gente.

Varios protestantes buscaron la manera de neutralizar a don Bosco. Primero discutieron directamente con él. Luego, enviaron a dos personas que le ofrecieron dinero para que no publicase textos en defensa de la fe. Por último, llegaron las amenazas e incluso las agresiones y atentados.

Las «Memorias del oratorio» cuentan varios de esos ataques, y leerlos en nuestros días ayuda a comprender hasta qué punto llega el odio de los hombres a la hora de atacar a los que piensan de otra manera.

Pero también esta etapa de la vida de don Bosco desvela un aspecto penoso: el miedo de algunos católicos, incluso sacerdotes y obispos, en situaciones que exigen actuar para defender la fe y ayudar a los bautizados a estar prevenidos ante el proselitismo de otros grupos.

Gracias a Dios, don Bosco, y como él tantos otros buenos y decididos obispos, sacerdotes, laicos, han sabido y saben responder a los argumentos con argumentos, sencillamente, sin violencia ni imposiciones dañinas.

Para ello, puede bastar poco: estudiar bien nuestra fe católica, sobre todo las Escrituras y el Catecismo; aprender a amar a los enemigos como enseña el Evangelio; y perder el miedo que tantas veces nos paraliza.

Si confiamos en Dios, y si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, tendremos también hoy ingenio y valor para defender nuestra fe, como don Bosco y como tantos otros buenos católicos que saben cómo ayudar a sus hermanos a mantener el don que han recibido al pertenecer a la Iglesia fundada por Cristo.

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