Cuando se publicó por primera vez La Imitación de Cristo, el beato Tomás de Kempis quiso que fuera de forma anónima. Incluso se ha dicho que este monje pidió a Dios permanecer ignorado. El hecho es que el libro llama a «ser el más pequeño como otro quisiera ser el más grande, y ocupar el último lugar tan satisfecho y tranquilo como si el primero ocupase, y con tanto gusto ser despreciable y humilde, sin fama alguna ni renombre, como si fuese el más grande y famoso del mundo».

La obra se extendió rápidamente por toda Europa, traduciéndose a distintos idiomas, y como no se conocía el nombre de su autor, se empezaron a hacer muchas especulaciones al respecto.

Algunos lo atribuyeron, por ejemplo, a Juan Gerson, canciller de la Universidad de París, y tan seguros estaban de ello que acabaron por identificar el libro con el sobrenombre de «el Gersoncito».

Hasta en las traducciones había debate. Así, en el siglo XVI la traducción al castellano fue atribuida a fray Luis de Granada, pero otros creen que fue realizada por san Juan de Ávila.

Finalmente, el estudio histórico de la cuestión derivó en la constatación de que La Imitación de Cristo fue escrito por Tomás de Kempis. En favor de ello no sólo está el análisis comparativo del estilo literario con otras obras suyas, sino el testimonio de varias personalidades de su época. Además hay un códice de 1441 firmado por Kempis, y que se conserva actualmente en la Biblioteca Real de Bruselas. Dicho códice lo firmó con su nombre y en él escribió los cuatro libros de La Imitación de Cristo y otros varios tratados pequeños. Así pues, ya no hay duda sobre su autoría.

TEMA DE LA SEMANA: VOLVER A KEMPIS PARA ECHAR ALMA

Publicado en la edición impresa de El Observador del 21 de julio de 2019 No.1254

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