Por Jaime Septién
Los católicos hemos ido perdiendo el conocimiento, el respeto, el amor por los símbolos que nos dan identidad y, al mismo tiempo, nos proporcionan un profundo sentido de arraigo.
El filósofo inglés Roger Scruton dice, en el prefacio de su libro La Cultura Cuenta, que nuestra civilización occidental ha sido desenraizada. «Pero cuando a un árbol se le quitan las raíces no siempre muere. La savia puede encontrar su camino hacia las ramas, que se rompen en hojas cada primavera, con la esperanza perenne de los seres vivos».
Dicho en lenguaje llano, no todo está perdido ni en nuestra cultura ni en nuestra Iglesia. Hemos sido testigos de un amplio movimiento por descristianizar al mundo, desvalorizarlo y dejarlo a merced de los mercaderes de la cultura, la política y la economía; de los marchantes de la guerra y de los capitanes de la indecencia.
Pero la belleza y la verdad, lo mismo que el bien, están todavía fijos en nuestros corazones, en nuestra fe, en los símbolos, en los sacramentos, los himnos, las oraciones, los gestos, la vestimenta, el altar, el pan y el vino, las velas, el incienso, el calendario litúrgico… Hay que conocerlos para entenderlos. Y entenderlos para amarlos. Nadie ama lo que no conoce. Muchos sacerdotes podrían hacer, en sus homilías, una breve explicación de los símbolos. Muchos católicos deberíamos ser más asiduos a la lectura. Se nos está escapando un tesoro. Un auténtico tesoro, construido en 2,000 años.
TEMA DE LA SEMANA: LOS SÍMBOLOS DEL CATOLICISMO
Publicado en la edición impresa de El Observador del 28 de julio de 2019 No.1255