Enfermar es algo que nadie quisiera, pero de lo cual es difícil mantenerse permanentemente a salvo.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica que cuando las personas reciben el sacramento del Bautismo son verdaderamente regeneradas (cfr. n. 1263); sin embargo, aún permanecen «ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida» (n. 1264).
LAS ENFERMEDADES EN EL PLAN DE DIOS
Pero Jesucristo, que hace «nuevas todas las cosas» (cfr. Ap 21, 5), ha dado un nuevo sentido al sufrimiento, incluso si se trata de la muerte misma —«¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?» (I Co 15, 55)— o de las enfermedades.
Juan Pablo II, en su carta apostólica Salvifici doloris, explica que «el sufrimiento debe servir para la conversión». Ésa es la respuesta a la pregunta de todos los tiempos: ¿Por qué, si Dios es bueno, permite el sufrimiento?».
Hay quienes nunca se habrían acercado a Dios de no ser por una enfermedad. El sacerdote y escritor francés del siglo XIX, Louis Gaston de Ségur, decía que, de mil personas que hay en el Infierno, probablemente novecientas noventa estarían ahora en el Cielo o, al menos, en el Purgatorio, si hubieran sido ciegas, paralíticas, sordomudas, etcétera.
UN DON, EL INSTINTO DE AUTO-CONSERVACIÓN
Al mismo tiempo que lo dicho hasta aquí, sucede que Dios ha dado a cada ser vivo el instinto de auto-conservación. El propio Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, experimentó en su ser carnal el temor al dolor extremo y el deseo de poder eludirlo: «Padre, si es posible, que pase de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Mt 26, 39).
Gracias a que Dios depositó este don en sus criaturas vivas, éstas se alimentan, se hidratan y, según sus posibilidades biológicas, se alejan del peligro y se defienden de éste cuando las alcanza.
ANTE LAS EPIDEMIAS DE HOY
Por tanto, sentir temor de las nuevas enfermedades —así como de las que se creían erradicadas y que están resurgiendo— es un primer paso para comenzar a cuidar el cuerpo que hemos recibido, y que no es para los ya bautizados sino verdadero «templo del Espíritu Santo» (cfr. I Co 6, 19).
No se trata de llenarse de pánico ante, por ejemplo, la expansión del «virus de Wuhan», sino de ser verdaderamente responsables adoptando las medidas necesarias para protegerse uno mismo y proteger a otros, aunque ello signifique cambiar algunas cosas de nuestra vida cotidiana.
Redacción
TEMA DE LA SEMANA: EL VIRUS DE WUHAN Y LAS NUEVAS EPIDEMIAS
Publicado en la edición impresa de El Observador del 2 de febrero de 2020 No.1282