Por Tomás de Híjar Ornelas
“El Papa propone multiplicar la tarea de los laicos en lugar de ordenar sacerdotes a hombres casados. Urge a la Iglesia entera a proteger a los indígenas y al ecosistema de Amazonia” Juan Vicente Boo
La Exhortación Apostólica Postsinodal Querida Amazonia, que el Papa Francisco firmó el 2 de febrero del 2020, no en el Palacio Apostólico Vaticano, sino en la Catedral de San Juan de Letrán, su sede jurisdiccional como Obispo de Roma, se publicó el siguiente día 12, y consta de una introducción en la que enfatiza que sus contenidos resumen el contenido de las actas del Sínodo que tuvo lugar en esa ciudad del 6 y el 27 de octubre del 2019, como el texto Amazonia: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral, que se produjo en ese marco.
Querida Amazonia fue escrita en español y de esta lengua se tradujo a las demás oficiales de la Santa Sede y a otras muchas. Se desarrolla en cuatro partes, subdivididas en 25 subtítulos y una conclusión, con 111 párrafos numerados y 145 notas al pie del documento; de ellas, 84 aluden al magisterio apostólico reciente (sobresale la Carta Encíclica de él mismo, Laudato si’), 18 al de los obispos de América, especialmente los del Cono Sur, 9 al instrumentum laboris del Sínodo.
En 24 referencias se cita, a veces textualmente, a escritores eclesiásticos y profanos, incluyendo narradores y poetas, teólogos y académicos tan distintos y distantes entre sí como lo pueden ser Ana Varela Tafur, Amarílis Tupiassú, Yana Lucila Lema, Juan Carlos Galeano, Javier Yglesias, Mario Vargas Llosa, Euclides da Cunha, Pablo Neruda, Vinicius de Moraes, Juan Carlos Galeano, Harald Sioli, Sui Yun, San Vicente de Lerins, Pedro Casaldáliga y Santo Tomás de Aquino.
Ahora bien, el elemento más destacado en los medios masivos de comunicación es el desencanto de quienes esperaban que su contenido abriera un boquete a la disciplina del celibato entre los ministros ordenados del rito latino (la ordenación de casados viri probati –varones de sólida virtud–, y la apertura del mismo a las mujeres –diaconisas–, pues ni la Exhortación lo esquiva pero tampoco, a cambio de enfatizar un aspecto absolutamente congruente con lo abordado hasta el momento por Francisco desde todos los flancos: la necesidad de promover entre las comunidades católicas los ministerios marcadamente laicales (No. 94), una forma distinta de decir no al clericalismo y a sus nefastos atributos, como pueden ser el culto a la personalidad, el imperio religioso y el clientelismo político.
De los cuatro capítulos (que el Papa denomina «sueños»), digamos algo del primero, intitulado «Un sueño social».
En él, no tiene tapujos para abordar la «injusticia y crimen» cometidos por el capitalismo salvaje en contra de uno de los biomas (paisajes climáticos) de más relevancia para la calidad de la vida en toda la faz de la tierra, y cuyos recursos no sólo no son inagotables, sino ahora más que nunca amenazados por intereses económicos infames, que destruyen ese hábitat y echan a rodar a sus habitantes originarios a los suburbios de los centros urbanos.
Ello da ocasión, dice, a «indignarse», pero también a «pedir perdón», no sin dejar de reconocer algo que nuestros historiadores apenas han desarrollado: la importancia sustancial que en su tiempo tuvieron las Leyes de Indias para reconocer y tutelar la pervivencia de los pueblos de indios, y que destruyó, impávido y rampante el liberalismo y sus secuaces en el siglo XIX; pero también la colaboración que al tiempo de producirse la expansión europea en el Nuevo Mundo se obtuvo de argumentos teológicos signados por la Iglesia y sus instituciones y reitera lo que ya ha dicho: «pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América» (No. 19).
Enfatiza luego el valor intrínseco que aún mantienen los pueblos originarios y del que debemos todos ser aprendices, el «sentido comunitario» de la vida, para arremeter luego en contra de las instituciones «dañadas», que debiendo reconocer y tutelar este modelo, han propulsado su aniquilación, especialmente el Estado moderno y aun la apatía, silencio y colaboración de la Iglesia.
Concluye este primer apartado invitando a un necesario «diálogo social», en el que la voz protagónica la tengan los representantes legítimos de esos pueblos originarios que contra viento y marea siguen ocupando la vastísima región del Amazonas.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 23 de febrero de 2020 No.1284