Las situaciones más difíciles pueden cobrar sentido.

Por Xiskya Valladares

Un mallorquín, Jerónimo Nadal, discípulo y amigo de san Ignacio, y basado en su espiritualidad, acuñó un término que explica un modo de vivir que hoy puede ayudarnos mucho: contemplativos en la acción. Adaptándolo a la situación actual, yo lo llamaría “contemplativos en la rutina”.

Se trata precisamente de eso: encontrar a Dios en nuestro día a día, en lo cotidiano, en la vida y en la muerte, en nuestro sufrimiento y en el ajeno, en la consulta del médico o en el hospital, en la fila para entrar al supermercado, en nuestra pequeña iglesia doméstica, en nuestro trabajo estresante o aburrido, y en las horas de ocio… Tener tal familiaridad con Dios que las situaciones más simples hasta las más difíciles, que todas cobren sentido y nos den la seguridad de que vivimos en la mejor de las manos.

¿Cómo encontrar a Dios en todas las cosas? Lo vamos a resumir en cuatro puntos:

 Lo primero, es mirar más allá de las apariencias

Mirar más allá de las apariencias nos hará distintos aunque hagamos las mismas cosas que los demás. Salir a tirar la basura será una bendición, una videollamada con nuestros amigos o familiares será una bendición, pero también la enfermedad y hasta la muerte porque en ellos también sabremos descubrir el amor y la sensación de sentirnos en buenas manos. Y esto nos lleva a lo segundo:

 Dejarse afectar por lo que sucede, sin meternos en una burbuja

Podemos encerrarnos en nosotros mismos de mil maneras para que no nos toque la realidad cuando ésta no nos gusta.

Si no dejamos que la realidad nos afecte, es mucho más difícil descubrir a Dios en ella. Las neuronas espejo nos muestran cómo Dios nos hizo seres sociales, relacionales, a imagen de la Trinidad. Si cerramos los ojos, no veremos el dolor del mundo.

Si los abrimos, nos veremos afectados por ese dolor. Y como creyentes, descubriremos a Cristo sufriente pero también a Cristo resucitado. Seguro que no nos quedaremos indiferentes. La empatía nos lleva a reaccionar. Y el Evangelio nos lleva a preguntarnos, al menos, dónde está Dios en medio de todo esto.

 Lo tercero, aprovechar las rutinas para darle un sentido más profundo

La lluvia, la comida caliente, las manos que la prepararon, el juego de los niños, la llamada de tu amiga, limpiar tu casa, leer el periódico, tomar un café, detenerte a percibir el aire que respiras… Todo puede ser un momento contemplativo. Nadie externo a ti lo notará. Pero lo vivirás diferente.

 Lo cuarto, cultivar la familiaridad con Dios en las cosas corrientes

Está claro que todo esto nos lleva a vivir en una continua familiaridad con Dios en medio de la rutina. Y es posible que te asomes a la ventana y le digas «¡ey, aquí estoy!» Entonces es cuando comprenderás que todo puede ser oración. Porque todo te lleva al diálogo continuo e íntimo con Él. Dios no será un extraño para ti. Y una alegría serena te llenará ahí donde estés, aunque esto sea en un hospital.

Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 10 de mayo de 2020. No. 1296

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