Por Sergio Ibarra
Generaciones enteras de la gran afición por el futbol prevaleciente han atestiguado múltiples frustraciones a través del tiempo; desde 1986, cuando la selección nacional se hizo algo competitiva, nos hemos quedado con las ganas de ver al TRI en los cuatro primeros lugares de los ocho mundiales en donde se tuvo la oportunidad de haber trascendido.
Las estadísticas oficiales internacionales indican que nuestra patria tristemente ocupa, desde la segunda semana del presente mes de julio, el cuarto lugar en fallecimientos ocasionado por la pandemia del covid-19. ¿Por qué la mentada curva de contagios sigue sin “achatarse”? ¿Por qué los pronósticos oficiales de destacados investigadores actuarios, matemáticos y epidemiólogos han resultado equívocos? ¿Cuáles son las diferencias con otros países que han logrado controlar contagios y fallecimientos?
Una respuesta contundente la da Karl Von Clausewitz (1780-1831), militar prusiano que en sus apuntes sobre la guerra anuncia: “El primero, el supremo, el acto de juicio de mayor alcance del hombre de Estado y del comandante es establecer el tipo de guerra en la cual se están embarcando; no equivocándose en tratar de cambiarla en algo que sea extraño a su naturaleza”. Cada país, con sus gobiernos e instituciones, a su manera, ha establecido medidas firmes para enfrentar esta mortal amenaza.
Se “acható” la curva en Italia, España y Francia porque sociedad y gobierno comprendieron la guerra desatada y actuaron con firmeza en pro del orden social. El aislamiento tuvo como efecto que en 6 a 8 semanas ciudadanía y gobierno comprendiesen que esto no es un juego, es una guerra. Su cultura hizo su aparición, acompañada del ejemplo de alcaldes, gobernadores y los presidentes de estos países. Gracias a ello han reiniciado paulatinamente las actividades económicas, indispensables, sin tener rebrotes.
No hay modelo matemático que pudiese anticipar los efectos mortales de la cultura de la desobediencia, intolerancia e ignorancia que campea en México, empezando por la interpretación de que esta guerra “nos vino como anillo al dedo”. Regresar a las actividades productivas exige seriedad, no evasivas, y cooperación social, no dividir.
En tanto no exista un remedio médico probado científicamente para enfrentar esta amenaza, es preciso castigar a quien no haga caso. Se acabó: quien siga sin entender que está poniendo en riesgo la vida de los demás debe ser puesto en su lugar.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 26 de julio de 2020. No. 1307