Toda autoridad viene de Dios y se otorga para buscar el bien común
Por Mónica Muñoz
“¿Qué está pasando con el mundo?”, preguntó una joven al enterarse de la muerte de una persona en un hecho de violencia. Sinceramente, me quedé sin respuestas, porque creo que todos nos hemos preguntado lo mismo. Y, si somos realistas, creo que la respuesta es sencilla: la autoridad, en todas sus presentaciones, ha quedado rebasada, por eso nadie hace caso de ella, y menos, siente temor de ser castigado.
Porque tal parece que estamos en un concurso para demostrar quien acaba con las leyes y las reglas más veces sin sufrir alguna consecuencia por hacerlo.
Todos se creen con derecho a actuar rompiendo los límites puestos por la autoridad, sin embargo, cuando se les pide que enfrenten su responsabilidad, se ofenden y agreden a quien ha osado interpelarlos.
Ejemplos abundan para ilustrar este comentario. Y si no, veamos: es cierto que las mujeres han sufrido muchas vejaciones a lo largo de la historia de la humanidad, y es justo que levanten la voz ante las miles de muertes que hay sin esclarecer, sin embargo, eso no les da derecho a maltratar edificios que son bienes de la nación o propiedad ajena y menos a golpear a otras personas, porque entonces, su lucha pierde credibilidad, porque no se puede pedir un cese a la violencia siendo violento.
Otro ejemplo: los hijos crecen aprendiendo a comportarse como se les enseña en su casa, y responden a los estímulos que reciben del entorno que los rodea y en el cual se desenvuelven, por eso, si sus progenitores notan actitudes extrañas, tienen todo el derecho a corregirlos para evitarles un mal. Pero si les permiten o peor aún, les fomentan comportamientos inapropiados o inmorales, tales como robar, mentir, golpear o amedrentar a otros, la consecuencia lógica será que se conviertan en delincuentes.
Otro más: si vamos por la vida repartiendo “mordidas” para facilitarnos los trámites o saltarnos varios turnos por no querer hacer fila o para evitar realizar algún examen, estaremos dando paso a la corrupción y difícilmente se acabará con ese círculo vicioso, porque, lamentablemente, se tiene la idea de que todo se vale, mientras el afectado no sea el propio interesado.
Y en todo esto, ¿qué papel juega la autoridad? Por supuesto, en primer lugar, es quien pone límites y enseña a respetarlos, y si se trasgreden, impone una sanción al infractor. Por supuesto, es una labor ardua y hasta ingrata, pero indispensable para asegurar el desarrollo correcto de todo proceso de interacción social.
Es así que, en la familia, son los padres quienes tienen la sagrada misión de educar a sus hijos en el respeto de los bienes y personas, y tienen la autoridad moral y el derecho para corregir e imponer un castigo cuando los hijos desobedecen las reglas del hogar, escuela o grupo al que pertenecen. Además, mientras son menores de edad, son los padres quienes deben responder por los desperfectos provocados por los hijos, pues están bajo su tutela y cuidado, de la misma manera que deben procurar aconsejarlos y darles buen ejemplo, para que crezcan con valores firmes y se conviertan en hombres y mujeres de bien, que, además, sepan respetar a las otras autoridades y leyes que se han elaborado para la convivencia armónica de los seres humanos que comparten espacios y actividades.
Es ese mismo principio de autoridad, concedido a algunos representantes de la sociedad misma, quienes tienen que hacerla valer y respetar para que las personas convivan en paz, y, de igual manera, penalizar a quienes violen la ley.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando las personas rompen todos los esquemas de respeto a la ley y a la autoridad? Se desata el caos y se pierde el miedo a dañar a los semejantes, a pesar de que los representantes de la ley persigan a los agresores, lo que ocurre cuando las autoridades no son capaces de ejercer su tarea, permitiendo a los trasgresores actuar impunemente.
Por eso, el llamado es para todos los que tienen un cargo de autoridad, comenzando por los padres de familia. Toda autoridad viene de Dios y se otorga para buscar el bien común, no para valerse de ella para someter y pisotear los derechos de quienes confían en ellos. Es necesario que rescatemos todos los valores como el respeto, la obediencia y la honradez y las pongamos en práctica, de otra manera, nunca encontraremos solución a los problemas que nos aquejan, sobre todo porque la autoridad que no se ejerce o se omite, se transforma en una figura decorativa de la que cualquiera puede hacer burla.
Que Dios nos ayude a ver con respeto a quienes ejercen la autoridad para que, un día no muy lejano, regresen el orden y la paz al mundo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de abril de 2021 No. 1344