Toda petición de perdón a comunidades o personas agraviadas, lleva consigo una fuerte decisión de reconciliación.

El presidente de México ha pedido perdón a los mayas por las injusticias cometidas en su contra durante la conquista, o a la República Popular de China, por la matanza en Torreón de más de 300 chinos durante la Revolución Mexicana.

También ha exigido disculpas tanto de la Corona española actual como del Vaticano por la Conquista de México por parte de España en el Siglo XVI y lo que él o sus asesores consideran el papel que jugó la Iglesia en ese contexto.

Pedir perdón o exigir disculpas en otro contexto diferente al que se dieron los hechos, solamente contribuye, como decía el historiador Peter Brown, a “reavivar el resentimiento”.

El perdón –para ser efectivo– implica un claro esfuerzo de reconciliación. El pasado puede ser manipulado de muchas formas. El presente es el que nos reclama reconciliarnos, empezando por el Primer Mandatario de la Nación.

La morenita del Tepeyac nos enseñó el camino de la reconciliación entre dos pueblos tras una reciente y aún vigente pugna allá por 1531. ¿Cinco siglos no han bastado para entender su mensaje?

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