Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Cuando Jesús explicó a Tomás que él era el camino para llegar al Padre, estaba apelando a una experiencia cotidiana de su vida, el caminar. Jesús fue un gran caminante. Experimentó, desde pequeño, tanto las fatigas como las alegrías del viaje. Peregrinar fue parte de su vida religiosa. Acompañado de los suyos y entonando los salmos de ascensión, gozó del bullicio de la fiesta en Jerusalén. Su experiencia de caminante fue enseñanza para sus discípulos, cuya compañía nunca abandonó. Jesús caminó con los suyos y entre los suyos.
Su vida fue modelo de sinodalidad. Por eso la Iglesia lo propone no sólo como ejemplo externo para imitar, sino como método evangelizador. El relato evangélico de los discípulos de Emaús es uno de los preferidos de los sumos Pontífices en sus enseñanzas; ahora quiero honrar la memoria de san Juan Pablo II quien, en su Carta apostólica “Mane Nobiscum Domine”, lo presenta así:
“Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída. Ésta es la invitación apremiante que, la tarde misma de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían hacia Emaús hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos. Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaban que aquel desconocido fuera precisamente el Maestro, ya resucitado. No obstante, habían ya experimentado cómo ardía su corazón mientras Él les hablaba explicando las Escrituras. La luz de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón y se les abrieron los ojos. Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. Quédate con nosotros, suplicaron, y Él aceptó. Poco después, el rostro de Jesús desaparecía, pero el Maestro se había quedado veladamente en el Pan partido, ante el cual se habían abierto sus ojos”.
Con estas hermosas palabras, el Papa recoge los elementos sustanciales del camino sinodal, que la Iglesia debe seguir en el proceso de evangelización y en el cumplimiento de su misión. Sin dispensar al fiel católico de la lectura completa del capítulo 24 de san Lucas, de los puntos que enumera el Papa, recojo los siguientes para la reflexión: La experiencia del fracaso de los discípulos y la huida del lugar de sufrimiento; la pérdida de la esperanza y la rudeza y dureza del corazón; la ignorancia de las Escrituras y la ceguera para entender el plan de Dios; la incomprensión del misterio Pascual: la muerte y resurrección de Jesús; la aceptación a regañadientes del caminante y del diálogo con él; la escucha de la Palabra divina que calienta el corazón; la hospitalidad que ofrecen al forastero y el gesto fraterno de compartir la cena. Allí se realiza el milagro: La Presencia real del resucitado que, al partir el Pan con los suyos, genera la Misión: el regreso a la comunidad de Jerusalén para compartir la experiencia gozosa del encuentro con el Resucitado.
El Papa Francisco anota: “El ´Viaje´ del Resucitado con los discípulos de Emaús concluye con la Cena. Esta escena nos hace comprender el inseparable vínculo entre la Sagrada Escritura y la Eucaristía… El contacto frecuente con la Sagrada Escritura y la celebración de la Eucaristía hace posible el reconocimiento entre las personas que se pertenecen. Como cristianos somos un solo pueblo que camina en la historia, fortalecido por la presencia del Señor en medio de nosotros que nos habla y nos nutre”. El conocimiento vivo de la Palabra de Dios y la participación activa en la Eucaristía dominical, son el sustento de la Iglesia sinodal.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de julio de 2021 No. 1356