El celibato no parece tener muchos defensores en el siglo XXI. Hasta hay una corriente encaminada a abolirlo en relación con el sacerdocio ministerial. Algunos aseguran que la eliminación del celibato es la solución para que no haya abusos sexuales. Pero dado que éstos, incluso en una proporción muchísimo mayor que en el clero católico, se dan por parte de los pastores protestantes casados y en las demás esferas del mundo secular donde no hay continencia, luego entonces el celibato en sí no es el problema.

Como dijo el cardenal Francis Arinze, “abolir el celibato debido a las fallas de algunos sacerdotes es como prohibir los autos porque algunas personas los chocan”.

Otros alegan que si los sacerdotes estuvieran casados comprenderían y ayudarían mejor a las familias modernas. Eso es tan descabellado como decir que, para que un psiquiatra pueda entender y tratar mejor a sus pacientes, primero debe experimentar en carne propia las mismas ansiedades, depresiones, adicciones, etc., o que lo ideal es que un cirujano sea operado antes de operar a otros, para que sepa lo que se siente.

De cualquier manera, hasta aquí lo que se dice a favor de la desaparición del celibato se apoya en argumentos de presunta practicidad, haciéndose por completo a un lado la dimensión espiritual, que es la que, por dos mil años, ha sido la causa más excelsa del aprecio y la práctica de la vida célibe, y que ha dado miles y miles de vidas santas, siempre a imitación de Cristo, de María y hasta de José, todos ellos vírgenes.

Urge entonces recuperar la visión eclesial bimilenaria respecto de la vida célibe, a fin de comprenderla, apreciarla y vivirla para el servicio y la gloria de Dios.

Aquí hay algunas enseñanzas cristianas al respecto:

  • “La verdadera, profunda razón para el celibato es (…) la elección de una relación más cercana y más completa con el misterio de Cristo y la Iglesia por el bien de toda la humanidad; en esta elección no hay duda de que los valores humanos más altos pueden encontrar su expresión más completa” (Paulo VI).
  • “El corazón del sacerdote, para que esté disponible para este servicio, tiene que estar libre. El celibato es una señal de libertad que existe para el bien del servicio” (Juan Pablo II).
  • “Se puede decir que la abstinencia sexual que era funcional se ha transformado en abstinencia ontológica. (…) El estado conyugal concierne al hombre en su totalidad, y puesto que el servicio del Señor requiere también el don total del hombre, no parece posible realizar las dos vocaciones simultáneamente. Por eso, la capacidad de renunciar al matrimonio para ponerse totalmente a disposición del Señor es un criterio para el ministerio sacerdotal. En cuanto a la forma concreta del celibato en la Iglesia antigua, hay que señalar también que los hombres casados sólo podían recibir el sacramento del Orden si se comprometían a la abstinencia sexual, es decir, a un matrimonio josefino” (Benedicto XVI).
  • “El celibato sacerdotal bien entendido (…) permite al sacerdote establecerse coherentemente en su identidad de esposo de la Iglesia” (Card. Robert Sarah).

D. R. G. B.

TEMA DE LA SEMANA: «LA PUREZA EN NUESTROS DÍAS TIENE MUY POCA Y MUY MALA PRENSA”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de julio de 2021 No. 1356

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