El 15 de agosto la Iglesia celebra la Asunción de María a los Cielos. La palabra asunción viene del latín ascendere, que significa subir.

Pero no equivale a la subida de Jesucristo al Cielo, pues mientras la Ascensión del Señor se da por su propia virtud o poder, en la Asunción, María no se eleva a sí misma, sino que es Dios quien lo realiza: por singular privilegio, Él la eleva en cuerpo y alma.

La bula Munificentissimus Deus, con la que el 1 de noviembre de 1950 Pío XII declaró el dogma de la Asunción de María, dice: “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la Tierra, fue llevada a la gloria del Cielo y elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte”.

Obviamente no es un invento eclesiástico del siglo XX, sino una verdad conocida y aceptada desde los tiempos más remotos de la Iglesia, aunque antes se empleaban palabras distintas, como “pausación”, “dormición”, “tránsito”, etc.; y, hasta la fecha, las Iglesias orientales aún prefiere hablar de la Fiesta de la Dormición de María, mientras que en la Iglesia latina el nombre oficial es la Fiesta de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, Assumptio Beatæ Mariæ Virginis.

La Asunción no contradice las Sagradas Escrituras; al contrario, aparece implícita:

Puesto que María es la “llena de gracia” (Lc 1, 26-29) significa que Dios le concedió todas las gracias que le podía conceder, incluyendo la de no pasar por la corrupción del sepulcro (cfr. Salmo 16, 10). De hecho, este fenómeno se ve con frecuencia entre grandes santos de todos los tiempos, como santa Gema Galgani, santa Bernardita Soubirous, san Juan María Vianney o san Pío de Pietrelcina, cuyos cuerpos, si bien sometidos a la muerte, no han experimentado la corrupción (santos incorruptos).

Por su parte, la Biblia menciona dos casos de asunción ocurridos a personajes del Antiguo Testamento: dice que Henoc, descendiente de Set, el tercer hijo varón de Adán, “siguió siempre los caminos de Dios, y luego desapareció porque Dios se lo llevó” (Génesis 5, 24). En cuanto al profeta Elías, fue arrebatado a los Cielos en un carro de fuego, en medio de un torbellino (cfr. II Reyes 2,1-13).

De todas las criaturas no hay ni ha habido nadie con mayor santidad que la Virgen María; nadie ha caminado en la presencia de Dios mejor que Ella, ni nadie lo ha servido mejor. Si Henoc y Elías merecieron a la vista de Dios ser arrebatados (asuntos) al Cielo, ¿cómo no aceptar que María lo haya sido también?

TEMA DE LA SEMANA: SANTO DOMINGO: MARÍA, LA HUMILDAD EN EL CORAZÓN DEL DOGMA

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de agosto de 2021 No. 1362

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