Por Tomás de Híjar Ornelas
“Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse.” François de La Rochefoucauld
El día 24 de agosto del 2021, el San Bartolomé, cuando se cumplían en Francia 449 años de esa página negra de la historia del cristianismo, la masacre de los hugonotes, murió en Estrasburgo, a la edad de 81 años, el filósofo Jean-Luc Nancy.
De formación católica y no sin antes dar a la luz pública el libro Un virus demasiado humano (2020), nos lega, ante un porvenir “claramente incierto y oscuro”, como el de las enfermedades del siglo XXI, que en su núcleo endógeno, dice, derivan de “nuestras condiciones de vida, de alimentación y de envenenamiento”, invita a producir una “revolución del espíritu” aprendiendo de nuevo todo y partiendo de cero, incluso lo más esencial, como es respirar y vivir.
La pandemia del covid-19, arguye, es también la de “la caída del dogma de la infalibilidad occidental”. Y si el “principio mismo de la civilización tecnocapitalista” es la “extensión ilimitada del libre uso de todas las fuerzas disponibles, naturales y humanas, con miras a una producción que no tiene ya otra finalidad que ella misma y su propio poder”, lo que estamos padeciendo ahora es “el avance de una patología construida por la mundialización, los desplazamientos, intercambios e interacciones humanas aceleradas por mediaciones tecnológicas y fronteras flexibles”.
Lo sorprendente es el remedio nada simplista que nos propone, el del Jesús evangélico: volver a ser como niños para renunciar al postulado materialista, cuya razón de ser consiste en “adquirir bienes, poderes y saberes”, a cambio de ello reinventarlo todo desde el filtro de la comunidad (la fraternidad, diría el actual obispo de Roma) y el respeto de la vida humana, sin que eso implique dejar de pensar “qué es lo que justifica tal respeto”.
La víspera del deceso de Nancy, los obispos Rogelio Cabrera, Faustino Armendáriz y Enrique Díaz, hicieron público a nombre de todos los mitrados del país el Mensaje ‘Discernir con prudencia y pasión por la educación’, en el que ofrecen algunos puntos para “el necesario discernimiento que en el marco de la pandemia covid-19 han de procurar los padres y madres de familia, directivos, maestros y alumnos, frente al próximo ciclo escolar 2021-2022”.
Helas aquí, son siete: garantizar el adecuado regreso presencial en las escuelas, incluyendo las medidas profilácticas mínimas y preventivas como es la vacuna; ver al tiempo como un aliado a través del cual la caridad, la fraternidad y la buena voluntad pasen a ser “las mejores vacunas contra actitudes pesimistas, la ira y ansiedad”; hacer emerger la amistad social que surge de la Cruz de Cristo; no olvidar “que si bien ‘nadie está obligado a lo imposible’, no podemos omitir lo que con responsabilidad personal nos compete poner en obra y finalmente, que cuidar a los más jóvenes de forma integral implica que nadie en edad escolar se prive de instruirse.
Llegados a ese punto hacen un llamado “a la sociedad en general” para “desatar un verdadero pacto educativo local”, en el que la autoridad civil provea “de políticas públicas, recursos y gestiones competentes para la correcta respuesta frente a este momento histórico”, y los agentes de pastoral –con los obispos a la cabeza–, se comprometan a promover “acciones de regularización y promoción educativa” que hagan posible –añadimos nosotros–, el reconocimiento y respeto a la dignidad integral humana, es decir, la “revolución del espíritu” o el respeto a la vida al modo propuesto por Nancy y por Francisco.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de septiembre de 2021 No. 1365