Por Raúl Espinoza Aguilera

La conversión de Edith Stein tiene mucho que ver con la inquietud de esta notable mujer. Resulta que un matrimonio de amigos filósofos, en el año 1921, la invitaron a su casa de campo. Hacia la mitad de la mañana, le dijeron que tenían que ir a comprar alimentos al mercado, que si quería acompañarlos. Edith les dijo que no podía porque estaba escribiendo un trabajo de investigación y prefería quedarse en casa.

El matrimonio contaba con una biblioteca dotada de un buen número de libros interesantes. Le atrajo especialmente un libro, titulado: “La Autobiografía de Santa Teresa de Jesús” Llama la atención que siendo una filósofa judía le interesara ese libro en particular. Después de leerlo más de una hora concluyó: “Aquí está la verdad que tanto buscaba “. Y sonrió muy contenta.

Ella nació un 12 de octubre de 1891. En 1911 comienza a estudiar Historia; se interesa por los Derechos Civiles de la mujer, así como su Derecho al voto. Posteriormente, ingresó en la Universidad de Gotinga donde estudió Filosofía. Fue cuando conoció a Edmund Husserl, un destacado catedrático. Ahí recibe la influencia de la corriente fenomenológica y de inmediato le atrae esa nueva doctrina. Comienza su amistad con su maestro y se convierte en su mejor alumna y, después de terminar la carrera, en una fiel discípula a la que el filósofo estimaba.

Tras encontrar la verdad, acudió a la parroquia más cercana y el sacerdote le comentó que ella necesitaba conocer los rudimentos de nuestra fe. Así que comenzó a recibir clases de catecismo. Un día dejó el catecismo en el mueble de su habitación y su madre le llamó muy fuerte la atención, diciéndole que era una “traición a la fe y a la comunidad judía”, que eso no estaba nada bien. Y que lo meditara despacio. Edith trató de explicarle lo contenta que se encontraba por haber encontrado la plenitud de la verdad en Jesús, pero su madre se cerró al diálogo porque no comprendía nada de los principios filosóficos. Pero Edith, manteniendo el respeto y cariño hacia su madre, siguió adelante y muy pronto fue bautizada, confirmada, y recibió la Sagrada Comunión.

A continuación se dedicó a estudiar a Santo Tomás de Aquino y al filósofo beato Duns Scoto lo que supuso aclarar muchas de sus dudas y a raíz de esas lecturas publicó su libro, titulado: Ser Finito y Ser Eterno que evidentemente tenía influencia de Edmund Husserl y Santo Tomás de Aquino.

Sin embargo, no le bastó con hacerse católica sino que su inquietud interior seguía en aumento y después de muchas ponderaciones y consultas, en el año 1933, decide ingresar al Convento de las Carmelitas Descalzas. El desconcierto de Edmund Husserl fue mayúsculo y también el de sus colegas filósofos de la corriente Fenomenológica, que decían: “Hemos perdido a una ilustre filósofa con un gran futuro por delante”.

Pero Edith siguió publicando profundos libros: La Estructura de la Persona Humana, ¿Qué es la Filosofía?, La Búsqueda de la Verdad, El Papel de la Mujer, Los Caminos del Silencio Interior y abundantes libros Antropológicos y Pedagógicos.

En 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial y su superiora, al saber que era judía, decide enviarla a un convento de Holanda. Pero las tropas nazis pronto la descubren y es enviada a uno de los campos de exterminio más conocidos. Con ese motivo, ella publicó su libro: El tren hacia Auschwitz. Fue condenada a la cámara de gas y ofreció su vida por la conversión del pueblo hebreo, por el Papa y las necesidades de la Iglesia Católica. Ello sucedió el 9 de agosto de 1942, fecha en que falleció.

Fue declarada mártir y el 11 de octubre de 1998 el Papa Juan Pablo II la canonizó y nombró Copatrona de Europa,  junto con San Benito y otros santos más. Todo un ejemplo de mujer intelectual y espiritual que fue congruente hasta su muerte.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de mayo de 2023 No. 1452

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