Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
“El Modelo Extractivo Minero no genera cadenas ni procesos económicos locales importantes para la gente. Transfiere enormes recursos y ganancias a las grandes corporaciones sin dejar casi nada, solo pobreza y grandes consecuencias sociales y ambientales. A esto se le llama economía de enclave.” Gustavo Castro Soto
Al tiempo que redacto esta columna tengo a la vista el Llamado a la solidaridad con Tepic, que firmaron en la Ciudad de México, el 16 de octubre del 2021, a nombre de todos los obispos de México, el Presidente de la Conferencia del Episcopado de este país, don Rogelio Cabrera López, y el Arzobispo de Yucatán y Presidente de Cáritas Mexicana, don Gustavo Rodríguez Vega, a propósito de los estragos que provocó en la diócesis de Tepic, principalmente en Tecuala, Acaponeta y Tuxpan, el huracán ‘Pamela’, dejando más de 15 000 personas damnificadas, y que concluyen recordándonos a todos, especialmente a los católicos, que “todas las acciones solidarias a favor del cuidado y protección de la vida humana, son expresión de la más alta caridad, que solo proviene del amor de Cristo, Señor y Maestro”.
Se trata de un capítulo más de los muchos episodios que aún faltan y siguen respecto a la calidad de vida en el planeta al calor de muchos excesos y abusos que nos seguirán pasando la factura mientras no le demos marcha atrás a la búsqueda intrínseca de la ganancia material y a la irresponsabilidad en el cuidado de la creación, que, para los cristianos, sólo por eso, debería de ser una premisa básica.
Si nos atenemos a los consejos evangélicos, pobreza, castidad y obediencia, que impuso Jesús desde lo que él personalmente vivió en su doble condición de Verbo de Dios hecho carne y de hijo del humilde matrimonio compuesto por un artesano establecido en Nazaret (más albañil que carpintero) y una mujer dedicada al cuidado del hogar, lo primero tendría que ser no aspirar a nada más allá de lo indispensable para sostener con dignidad la vida: alimento y atención sanitaria, educación y trabajo, ropa y vivienda, y lo que debe ir a ello aparejado: un salario suficiente, tutela ante la ley, seguridad, conocimiento.
Por otra parte, al concluir en Roma la cumbre G20, el 30 de octubre que acaba de pasar, en el que tomaron parte las 20 naciones más desarrolladas del mundo, los líderes allí congregados ratificaron su propósito de limitar el alza de la temperatura del planeta por debajo de los 2ºC y continuar sus esfuerzos para limitarla a 1.5ºC respecto a los niveles preindustriales; dejar de subvencionar nuevas centrales térmicas de carbón en el extranjero; dedicar 100 000 millones de dólares anuales hasta el 2025 para facilitar a los países en desarrollo enfrentar el cambio climático; unirse a la Organización Mundial de la Salud para vacunar al 40% de todos los habitantes del planeta en el 2021 y al 70% para mediados del 2022; sostener las medidas de apoyo para evitar la inflación; abonar a los países vulnerables 100,000 millones de dólares para enfrentar los efectos de la pandemia y suspender el servicio de la deuda del G20 y la moratoria del pago de los intereses de la deuda de los países menos desarrollados en pos de “un sistema fiscal internacional más estable y más justo”.
En palabras del actual secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, estos acuerdos no cumplieron sus expectativas, pero tampoco las enterraron.
Cerremos este comentario con lo que en tal contexto pidió al G20 el actual de Roma: escuchar “el grito de la Tierra y el grito de los pobres” dando “una esperanza real a las generaciones futuras respecto a un cambio climático que ya ha sido devastador.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de noviembre de 2021 No. 1374