Escribir y leer música nunca había sido tarea fácil. Aunque a lo largo de la historia humana hubo distintos intentos; entre los primeros, la notación de los antiguos griegos. Tenían dos notaciones de carácter alfabético: una para el canto coral y otra para los instrumentos musicales.
Pero de algún modo esto se olvidó o no trascendió ni progresó, por lo que se continuó transmitiendo la música “de oído”.
En el siglo VII san Isidoro de Sevilla llegó a lamentar que, “a menos que los sonidos sean recordados por el hombre, estos perecen, porque no pueden ponerse por escrito”.
Posteriormente surgió una forma de notación musical entre los judíos de Europa, y que indicaba los acentos, las divisiones del texto y las pautas melódicas apropiadas; pero se esperaba que los cantantes improvisaran a partir de esa notación.
Desde el cristianismo
Y por el lado cristianismo, en el siglo VIII, dada la influencia árabe en la Europa medieval, el monje benedictino Pablo el Diácono compuso el himno Ut queant laxis, también llamado Himno a san Juan Bautista, poniendo en la sílaba inicial de cada verso el nombre latinizado de siete letras árabes que los musulmanes estaban usando para su propia notación musical: mīm (mi), fāʼ (fa), ṣād (sol), lām (la), sīn (si), dāl (do), rāʼ (re).
Sin embargo, sustituyó el dāl por el latín ut.
El himno es el siguiente:
Ut queant laxis
resonare fibris
mira gestorum
famuli tuorum
solve polluti
labii reatum
Sancte Ioannes.
Y su traducción es: “Para que puedan con toda su voz cantar todas tus hazañas estos tus siervos, remueve las manchas de culpa de nuestros impuros labios, oh san Juan”.
La consolidación
Luego otro monje benedictino, pero del siglo X, el italiano Guido de Arezzo, se convirtió propiamente en el padre de la notación musical latina al desarrollar una notación dentro de un patrón de cuatro líneas (tetragrama), y popularizando los nombres utilizados en el Himno a san Juan Bautista. De esta manera se facilitaba la lectura de la música para el canto de los salmos, así como el canto gregoriano, que es propio de la Iglesia y creado para la gloria de Dios.
Pero al no ser tan fácil de pronunciar durante el canto, ut fue sustituido por do, de la palabra Dominum, que se refiere al Señor, es decir, a Dios.
Además, la nota do pasó a ser la primera en la escala musical.
De este modo, la música que se lee ahora está comprendida entre la nota do de Dominum y la nota si de las iniciales de San Ioannes. Es decir, en la notación musical latina toda la música está enmarcada en Dios.
En tiempos posteriores el tetragrama evolucionó en el pentagrama con toda su riqueza de signos, tal como hoy se utiliza universalmente, si bien cualquier músico puede leer una partitura en tetragrama, tal como se conserva casi toda la música gregoriana.
La música, medio para acercarse a Dios
Para el cristianismo la música es tan importante que el Papa Gregorio XIII declaró Patrona de la música y de los músicos a santa Cecilia.
El hecho es que la música ayuda a acercarse a Dios. Escribe san Agustín en sus Confesiones: “¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad”.
TEMA DE LA SEMANA: LA MÚSICA Y EL CANTO: DOS CAMINOS HACIA DIOS
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de febrero de 2022 No. 1388