El fraile español cambió la historia del Nuevo Mundo. La singular concepción de la enseñanza de Pedro de Gante, que consideraba su labor como permanente e integrada en su vida diaria, le hizo aprender la lengua indígena para poder así llegar mejor a sus educandos.
Por Jaime Septién
Era tartamudo, flamenco y franciscano. Supo en hora temprana, de labios de Carlos V, de las tierras recién conquistadas por Hernán Cortés. Sus defectos de habla, su desconocimiento del nuevo mundo, del idioma y de las costumbres de los naturales no le fueron impedimento alguno para pedir, encarecidamente, que lo enviaran a tierras ignotas.
Se trata de Pieter van der Moere (Geraardsbergen, Bélgica, 1480 – Ciudad de México, 1572) conocido como fray Pedro de Gante o Pedro de Mura, humilde lego del Convento de Gante quien llegó a la Nueva España en 1523 –apenas dos años después de la caída de México Tenochtitlán—junto con los frailes también flamencos Juan de Tecto y Juan de Aora, los “tres lirios de Flandes” como les apodó Artemio del Valle Arizpe.
El de Tecto y el de Aora murieron en el trayecto de una misión llevada a cabo por Hernán Cortés hacia lo que actualmente es el territorio de Honduras. Fray Pedro se quedó en la Nueva España y por espacio de casi medio siglo fue un evangelizador de tiempo completo y, al mismo tiempo, el primer gran educador de los indígenas que habitaban el corazón de lo que fue el dominio de los aztecas.
Principios de misión
La huella imborrable de fray Pedro de Gante empezó a plasmarse muy poco tiempo después de haber llegado a la Nueva España. Cortés –quien había asentado su gobierno en la zona de Coyoacán (al sur de la Ciudad de México)—pidió que los tres frailes flamencos fueran a vivir a la cercana ciudad de Texcoco.
En este lugar, inmortalizado por la presencia del huey tlatoani Nezahualcóyotl, el célebre rey-poeta de la antigüedad náhuatl, fray Pedro conoció los usos y costumbres locales al tiempo que empezó, con tesón y celo apostólico, a aprender el idioma de los aztecas, el náhuatl; un idioma complejo, cargado de difrasismos y sin ninguna raíz que pudiera emparentarse no ya al flamenco, sino al castellano mismo.
Con la llegada, el 13 de mayo de 1524, de doce frailes franciscanos españoles, encabezados por fray Martín de Valencia y quienes posteriormente fueron denominados como «los doce apóstoles», los objetivos de evangelización y enseñanza de la religión y de la cultura cristiana a los indígenas empezaban a consolidarse.
Enseñar y vivir la fe
Una vez trasladados de Texcoco a la Ciudad de México, en 1524, los misioneros franciscanos se dieron a la tarea de fundar el convento de San Francisco y de montar la primera de las escuelas de la Nueva España (quizá la primera de las escuelas de territorio firme de América): San José de Belén de los Naturales.
Escuela y convento formaron el complejo de enseñanza y evangelización más grande de la Nueva España y por medio siglo fray Pedro dedicó sus empeños a la evangelización, pero también a la educación de los naturales. En San José de Belén se enseñaba el Evangelio, pero también canto, artesanía, pintura, carpintería, talla…
De ahí egresaron los grandes maestros indígenas del siglo XVI que combinaron su habilidad con los constructores de las órdenes religiosas para erigir la Ciudad de México, la famosa Ciudad de los Palacios, cuyo esplendor dura hasta ahora mismo, y la zona de conventos e iglesias de Puebla, Tlaxcala, Morelos…. Fray Pedro fue querido por los naturales por su inagotable labor. Desde la primera hasta la última luz del día daba lecciones y se convertiría, al paso de los años, en uno con ellos.
Protector y predicador
Una de las cualidades de fray Pedro de Gante (más tarde repetida por varios cientos de misioneros que realizaron la “otra conquista” de la Nueva España, la “conquista espiritual”) fue la de combinar la enseñanza de las Escrituras Sagradas, de los oficios desconocidos por los indígenas, con la defensa de sus derechos y la protección de su dignidad ante los abusos de que eran objeto.
Cercano a Carlos V, fray Pedro de Gante le escribió: “Aviso, como siervo de Vuestra Majestad, que si no provee en que tributen (los indígenas) como en España de lo que tienen y no más, y que sus personas no sean esclavas y sirvan (a los españoles recién llegados), la tierra se perderá…”. Sin embargo, nunca dejó atrás su misión: “Cada vez que salgo a predicar, tengo sobrado qué hacer en destruir ídolos y alzar templos al Dios verdadero”.
Fray Gerónimo de Mendieta en su Historia Eclesiástica Indiana, dejó escrito de este fraile colosal en su humildad: “El muy siervo de Dios y famoso lego, fray Pedro de Gante, primero y principal
maestro e industrioso adiestrador de los indios”, les enseñaba “todo género de oficios, no solo los que pertenecen al servicio de la Iglesia, más también de los que sirven al uso de los seglares”.
Un retrato completo
Mendieta agregó algo fundamental de la labor de enseñanza de fray Pedro: “No contentándose con tener grande escuela de niños que se enseñaren en la doctrina cristiana, y a leer, a escribir y cantar, procuró que los mozos grandecillos se aplicasen a aprender los oficios y artes de los españoles que sus padres y abuelos no supieron, y en los que antes usaban se perfeccionasen”
Finalmente “les hacía ejercitar primeramente en los oficios más comunes como sastres, zapateros, carpinteros y otros semejantes, y después en los de mayor sutileza”.
Un verdadero maestro cristiano; un fraile entregado a la misión de ganar almas para el Cielo. En alguna ocasión se le propuso ser arzobispo de México. Lo rechazó. Prefirió seguir su labor callada. Murió el 19 de abril de 1572.
El sabio mexicano Ezequiel A. Chávez, en su semblanza sobre fray Pedro de Gante, en pleno siglo XX, escribió: “… no solo vive un hombre bueno con la vida natural suya, que se le desgasta viviéndola, sino con la que da a cuantos, por eso lo aman. Por eso sigue viviendo en nosotros fray Pedro”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de septiembre de 2023 No. 1471