Por Arturo Zárate Ruiz

Hay razones para reconocer los méritos y aun admirar a aquéllos a quienes se les identifica como “intelectuales”. Suelen ser gente con altos estudios universitarios, muy informada y con espíritu crítico, espíritu crítico que bien llevado busca entender las cosas, encontrarles su por qué, no sólo repetir como perico lo que se dice; espíritu crítico que, aunque muchas veces resulte chocante, no deja de estimular la investigación sobre el asunto, como cuando Jacques Derrida preguntó dónde terminaba la obra de arte y dónde empezaba su marco, pregunta suya que ya desde la antigüedad llevó a los filósofos realistas a explicar cómo se distingue cada cosa.

Sor Juana Inés de la Cruz fue así una “intelectual”. Juguetona, cuestionó incluso el que la Tierra fuera redonda: «Paseábame algunas veces en el testero de un dormitorio nuestro (que es una pieza muy capaz) y estaba observando que siendo las líneas de sus dos lados paralelas y su techo a nivel, la vista fingía que sus líneas se inclinaban una a otra y que su techo estaba más bajo en lo distante que en lo próximo: de donde infería que las líneas visuales corren rectas, pero no paralelas, sino que van a formar una figura piramidal. Y discurría si fuese ésta la razón que obligó a los antiguos a dudar si el mundo era esférico o no. Porque, aunque lo parece, podía ser engaño de la vista, demostrando concavidades donde pudiera no haberlas». Cuestionamientos como el suyo obligaron a artistas del Renacimiento a explicar las leyes de la perspectiva que presentan como piramidal lo que son líneas paralelas.

Sin embargo, no pocos “intelectuales” desbarran, por ejemplo, al no sólo cuestionar sino además negar la realidad. Lo hizo Derrida al desconocer finalmente toda base objetiva en una obra de arte. Para él, aceptarla respondía no a características del objeto sino a “construcciones” de los poderosos para engañarnos. La función del intelectual es, según sujetos como Derrida, desconstruir lo que los ricos nos imponen, y así “liberarnos” y empezar a pensar, de manera dizque independiente de los poderosos, inclusive que la caca de Mazoni en museos de Nueva York es mejor que el Santo Cristo de nuestra parroquia (eso no debemos cuestionarlo porque lo proclama ahora un “intelectual”).

Sucede que la crítica posmoderna de la cultura, tan extendida en muchas universidades, niega bases objetivas al conocimiento. Éste no es sino un embeleco clasista, según la Escuela de Frankfurt y los marxistas franceses e italianos; un producto de las estructuras sociales según los estructuralistas; un embuste de los poderosos, según los posestructuralistas. Para ellos, lo que uno sabe no es un reflejo de la realidad sino un reflejo de lo que ricos nos enseñan para someternos.

Pero como los “intelectuales” no defienden la realidad, sino que afirman, al estilo de muchos protestantes y “libre-pensadores”, no lo que la cosa es, sino lo que prefieren pensar (si es distinto a lo ya reconocido, mejor, pues indicaría que “piensan mucho”), nos vienen entonces con que el aborto es un “derecho reproductivo”, y que ser hombre o mujer, o también otra cosa, depende de tus gustos. Así, para Foucault, la cárcel por matar al vecino no sería justicia sino un instrumento sistémico para mantener en esclavitud a la gente.

Al final, como la realidad no puede conocerse, sus ideas “liberadoras” las defienden estos “intelectuales” no con razones, sino con el “empoderamiento”. Gramsci propuso así la revolución cultural: destruir toda cultura previa para imponer la nueva de los revolucionarios. Entonces, cada uno justificaría imponer su cultura a los demás simplemente por pensar que es la mejor y la que más le gusta.

En cuanto lo que pensamos no se funda en la realidad sino dizque en imposiciones de otros, se sospecha de todo. He allí las teorías de conspiración sobre el COVID: es un “invento” de los gobiernos, de los dueños de la Red, de las farmacéuticas para someternos.

Ciertamente, “intelectuales” como éstos nos ofrecen remedios contra la manipulación. Lo hace Chomsky. Pero si el remedio no está en el estudio de la realidad, sino en el abrazar lo que ellos piensan porque sólo ellos, aseguran, piensan correctamente y no son manipulados, ¡qué soberbia!

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de febrero de 2022 No. 1389

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