Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
“La luna sin espejo de la noche, la noche sin misterios por la luna, entonces me di cuenta, tienes una espalda tan hermosa como un ciervo.” Gloria Fuertes
De los pueblos que ocuparon la costa del Golfo de México antes y al tiempo de la dominación española, tres se distinguen por su antigüedad y elevado nivel de desarrollo, los olmecas, los del Centro de Veracruz y los totonacas.
Todos ellos ocuparon espacios ambientales muy favorables a la supervivencia y dedicaron no poco de su ingenio al intercambio de productos preciosos y muy apreciables en el interior del territorio.
La cultura olmeca –la de avanzada en Mesoamérica–, floreció del 1200 al 400 a. C.; la del Centro de Veracruz descolló del 200 al 900 d. C., y la totonaca de entonces a 1521.
Sabemos ahora que los olmecas echaron los fundamentos de la civilización en el ámbito mesoamericano, pero no engendraron, como alguna vez se creyó, las demás culturas. Tomaron, en cambio, lo mejor de cada una gracias a que unos 8 mil años antes de Cristo ya controlaban las costas de Veracruz y pudieron expandirse, en el siglo XII a. C., a la cuenca del río Balsas. Por otro lado, supieron resistir airosos mucho tiempo a sus vecinos, los protomayas de la costa sureste y a los huastecos del norte.
De su paso en el tiempo nos han dejado como reliquia máxima la pirámide de La Venta, en Tabasco, que pasa por ser la más antigua de Mesoamérica, y datos de su modelo de organización estatal, de su sistema de escritura y de sus calendarios, el ritual, que constaba de 260 días y el ‘civil’ de 365.
Si bien la urbanización planificada y la multietnicidad en sus poblaciones fueron otra de sus cualidades, lo que más recordamos de ellos es su alto grado de producción lapidaria, siendo capaces de confeccionar sin herramientas de filo y en canteras muy distantes al lugar donde fueron colocadas cabezas de basalto monolíticas de hasta tres metros de altura y varias toneladas de peso, por lo que no deja de ser irónico que hasta hoy no sepamos cual fue la función de estos colosos. También, pequeñas y delicadas tallas en jade, la piedra preciosa mesoamericana, finalmente, esculturas del hombre–jaguar.
Nada se sabe del ocaso y fin del predominio olmeca, aunque sí, desde la perspectiva de su mucha capacidad de adaptación, de que colonias suyas habrían migrado al valle de Oaxaca, a las tierras altas mayas y hasta la cuenca central de México, donde pudieron aportar lo que luego harían suyo los zapotecas, los mayas y los teotihuacanos.
La cultura del centro de Veracruz se desenvolvió de forma paralela a la de los mayas de las Tierras Altas y la teotihuacana y nos dejaron de su producción artefactos tan peculiares como las caritas sonrientes. Sacralización el juego de pelota (tlachtli) y la práctica ritual de sacrificios humanos.
Tributaria y heredera suya fue la civilización totonaca, que ya en el 800 d. C. se distinguía como tal al tiempo de formar una confederación de ciudades con los señoríos del norte, del sur y de la sierra de Veracruz. Los totonacas sostuvieron una economía agrícola y comercial y erigieron centros urbanos y ceremoniales en Papantla, Cempoala pero sobre todo en El Tajín, donde su grado de perfección y aliño nos dejó nada menos que 17 espacios para el juego de pelota.
La participación y alianza de los totonacas con Hernán Cortés en 1519 fue la primera acción a favor del ensanchamiento del trono español en Mesoamérica.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de mayo de 2022 No. 1401