Por P. Fernando Pascual

Decimos que es bueno ayudar a quien lo necesita, perdonar a quien nos ofende, cuidar la salud, trabajar como personas honestas.

La lista de cosas que declaramos buenas puede ser muy larga. Ante la misma, surge la pregunta: ¿qué hace que lo bueno sea bueno? O, en otras palabras, ¿por qué decimos que esta acción, este comportamiento, serían buenos?

Podemos pensar, de modo intuitivo, que la respuesta sería fácil. En realidad, cuando intentamos explicar por qué esto sería bueno no siempre encontramos razones sencillas, comprensibles y convincentes.

Para algunos, lo bueno consiste en aquello que crea una satisfacción interior. Esta respuesta resulta problemática, pues existen personas, o nosotros mismos en ciertos momentos, que encuentran satisfacción en realizar actos dañinos para otros o incluso para uno mismo.

Para otros, lo bueno es aquello que tiene consecuencias benéficas, que alcanza resultados que sirven objetivamente para los demás o para uno mismo. También aquí surgen problemas, porque hay actos en sí mismos malos que pueden tener consecuencias consideradas como buenas.

Una explicación, que tiene sus orígenes remotos en Platón y Aristóteles, considera que lo bueno respeta lo propio del actuar humano de modo integral, sea respecto de quien decide hacer algo, sea respecto de quienes, de modos más o menos directos, reciben las consecuencias de lo realizado.

Esta explicación parece vaga, y en no pocas ocasiones podría llevar a respuestas contradictorias. Pero encierra un núcleo de verdad: lo bueno se define respecto de nuestra condición humana, en un horizonte que incluye los resultados y consecuencias previsibles de nuestros actos.

Lo importante, en este tema, es ir a fondo para entender correctamente todo aquello que contribuye a que un acto concreto sea bueno. De este modo, evitaremos los daños que surgen cuando aplicamos teorías éticas equivocadas, y promoveremos reflexiones y actos que abran horizontes al triunfo del bien verdadero en cada uno y en las sociedades.

Imagen de yamabon en Pixabay

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