Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa
“Es mejor caerse del piso 25 del rascacielos que del piso 12, porque se vive un poco más”. Cosas de Perich, el humorista español.
A la caída del Muro de Berlín, pensábamos que el mundo había recobrado al fin la paz y la tranquilidad, podíamos vivir por largo tiempo en gozo fraternal. Pero he aquí que, unos cuantos años después, el mundo se volvió a tirar de cabeza del piso 25 y entrar en la recta final del siglo, un poco hecho pedazos. Y es claro que no es fácil recomponer las piezas sueltas del rompecabezas.
- La guerra. La guerra no ha terminado. Estallan los misiles bajo los más diversos cielos. El motivo es lo de menos. Y el resultado es el peor. Primero se hace la guerra para desembocar, después de tanta sangre, en un forzoso tratado de paz. ¿Por qué no hacer primero el tratado de paz, si tarde o temprano va a cesar la guerra? ¿Ingenuo? Sí, pero es lógico.
- El hambre. El hambre es la guerra silenciosa y permanente que no acaba. Conocemos detalladamente el número de víctimas: cincuenta millones de personas mueren de hambre cada año, matanza que podría haberse evitado invirtiendo en alimentos solo la vigésima parte de los gastos militares correspondientes al mismo período.
- Los nacionalismos. Son inservibles los mapas de geografía de hace un año. De aquellos edificios que parecían monolíticos -la URSS, Yugoslavia, Checoslovaquia-, se han desgajado grandes bloques para constituirse en naciones libres y soberanas. La culpa original procede del pez grande que devoró al chico; pero tampoco pueden convalidarse nacionalismos cerrados, erigidos sobre odios y egoísmos, si estiman que lo suyo -historia, lengua, cultura- es exclusivamente lo único valedero.
- La xenofobia. Triste fobia que ataca a países desarrollados y opulentos es el odio, la hostilidad, el desprecio al extranjero. Se le humilla, se le niega el trabajo, se le expulsa como si fuera un criminal. El extranjero no abandona su patria para hacer turismo, simplemente busca el pan. El hambre lo expulsó del propio país y el odio del país extraño. En un mundo que entroniza la ciencia y la técnica como las diosas mayores de su Partenón, priva el fanatismo político, el fanatismo religioso, el fanatismo racial. Me da asco, alergia y taquicardia recordar aquella frase: “Si Dios hubiera querido que los negros fueran libres, los hubiera hecho blancos”.
- La pobreza. Tracemos el mapa del mayor sufrimiento: Mozambique, Afganistán, Haití, Sudán, Zaire, Laos, Angola. Un niño nacido en cualquiera de estos países, si no muere en el primer año, contará con 48 años de esperanza de vida, frente a los 75 de las naciones industrializadas. Si ese niño sobrevive, tendrá que luchar en busca de agua potable, vacunas, escuela, trabajo; jamás tendrá teléfono, televisión y automóvil.
Más de mil millones -un 1 y 9 ceros- de personas, soportan hoy, hoy mismo, una vida infrahumana de pobreza sin esperanza. Y sin esperanza la pobreza es más pobreza; y el mundo, menos mundo.
*Artículo publicado en el El Sol de San Luis, 27 de febrero de 1993.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de marzo de 2023 No. 1443