Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
“Los chichimecas eran un pueblo salvaje y nómada que vivía al norte del Valle de México. No tenían viviendas fijas, vivían cazando, vestían con poca ropa y resistían ferozmente a los extranjeros la intrusión en su territorio, que contenía minas de plata que los españoles deseaban explotar”. Charlotte M. Gradie
Al Área Norte de Mesoamérica conviene denominarla Aridoamérica por sus características de suelo y clima.
Los mexicas impusieron a sus habitantes –siendo ellos mismos de tal procedencia– un nombre genérico despectivo, ‘chichimecas popolocas’, ‘linaje de perro’ o ‘tartamudo’ en náhuatl. Imitaban el ejemplo de los romanos, que etiquetaron como ‘bárbaros’ a las culturas más allá de los linderos de sus dominios que no dominaban el lenguaje escrito y eran de costumbres rudas.
Los chichimecas formaban tribus más pequeñas que grandes, no crearon una sociedad avanzada y su impacto en las culturas mesoamericanas sirvió lo mismo para acelerar la caída de sociedades complejas como la de Tula o el nacimiento de otras como la ya aludida mexica.
Su organización tribal les ponía a las órdenes de un cacique mientras este era el mejor guerrero y sustituirlo daba pie a interminables luchas internas. Subsistían de la caza, de la recolección y del saqueo más que de la agricultura y el comercio y producían cerámica de baja temperatura.
Tenemos registro de al menos cien de estos grupos. Los más conocidos fueron, en orden alfabético, apaches, cazcanes, cocas, coras, coahuilas, chichimecas (en sentido estricto), chalchihuites, guamares, guachichiles, huastecos, huicholes (wixárikas), mayos, otomíes, pames, purépechas, seris, sinaloas, tecuexes, tarahumaras, tepehuanes, yumas, yaquis y zacatecos. Media docena de ellos siguen ocupando algunas zonas del Occidente y del Noroeste de México y en ellas sus usos y costumbres.
Respecto a su religión, las comunidades chichimecas más avanzadas la practicaban en adoratorios donde presentaban ofrendas a los astros. De tal universo tenemos identificados seis centros ceremoniales tan modélicos como los de la Quemada (Zacatecas), Toloquilla, Ranas y el Pueblito (Querétaro), la Gloria y las Ánimas (Guanajuato). El hilo conductor en estos casos es el de templos-fortaleza con canchas de pelota, evidencia de cerámica, pintura y hasta petroglifos.
Con lo ya señalado echamos de ver que estos pueblos migraban del norte árido a tierras más aptas para garantizar la pervivencia y a nadie extraña que por eso sus guerreros fueran los más temibles en el campo de batalla. También, que su incorporación al mosaico mesoamericano fuera lenta y tardía y que el tiempo y los recursos materiales y humanos del trono español para mantenerlos alejados de los caminos reales y del de la plata exigiera el establecimiento de misiones y la construcción de presidios.
En la última fase mesoamericana la mezcla de grupos chichimecas con con pueblos de cultura avanzada en el valle de México produjo comunidades tan importantes como las de Azcapotzalco, Tenayuca, y Xaltocan, mientras que en Texcoco gozaron de señoríos propios, que ya encontraron los mexicas a su arribo a esa zona en el siglo XIV de nuestra era.
En tiempos de la dominación española y luego de la Guerra de los Peñoles –que sometió el Virrey Antonio de Mendoza en 1542 con el mayor contingente humano empleado en eso, unos 50 mil tlaxcaltecas–, se pudieron echar los linderos de la Gran Chichimeca (desde Querétaro hasta Saltillo y de Guanajuato hasta San Luis Potosí) gracias a pueblos–frontera situados en los pliegues serranos más que agrestes de Aridoamérica.
En el siglo XIX, la política liberal optará por el exterminio y la occidentalización de estas culturas.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de febrero de 2023 No. 1442