Por Raúl Espinoza Aguilera
Tengo grabado el recuerdo de una joven podóloga con la que conversé sobre diversos temas de actualidad, mientras hacía un servicio. Me dijo que había estudiado enfermería, y de pronto, me comentó:
–Me muero de ganas por terminar mi especialidad en atención a las personas de la tercera edad. Ya me faltan pocas materias y me ilusiona dedicarme de lleno a los ancianitos.
–¿No está contenta con su trabajo de podóloga? –le pregunté.
–Claro que sí, pero veo con claridad que mi vocación profesional es dedicarme a cuidar a los ancianos. Me doy cuenta de que les hago falta por varias razones: a veces están muy solos, o están enfermos y no están suficientemente bien atendidos; otras veces necesitan que alguien les ayude a asearse mejor todos los días; otros sufren de enfermedades crónicas y degenerativas, como el mal de Parkinson, Alzheimer y otros padecimientos mentales en los que sus familiares deben estar informados o simplemente hacerles compañía y sacarles conversación para que se sientan acompañados.
–¿Y cómo visualiza ese trabajo?
–Es un verdadero privilegio el poder servir a los demás.
Me asombró la madurez de esta joven y su apasionado anhelo por dedicarse a su nueva especialidad. Luego, por asociación de ideas, me acordé de un enfermero, que nos hicimos amigos porque atendió a un familiar. Él me comentaba que en lo personal se llenaba de satisfacción cuando, después de muchos meses de atender a un enfermo, saliera adelante de sus dolencias y limitaciones, volviera a su vida normal.
Tengo un hermano, médico traumatólogo que ya falleció. Era feliz subiéndose a las ambulancias y recogiendo accidentados, por ejemplo, en carreteras. Un día le pregunté:
–¿Cómo te puede gustar recoger a una persona con el rostro desfigurado por el accidente y, además, con varias fracturas?
–Es mi vocación profesional. Tú no sabes el gozo que experimento al ir recomponiendo el rostro de una persona ya desde la misma ambulancia y luego en el hospital: coserlo, lavarlo, sacarle radiografías y ponerle férulas en los huesos fracturados.
Luego apuntó:
–Ya internado, hay que darle continuidad en su tratamiento hasta que sea dado de alta. Al paso de los meses regresa con un familiar para darme la buena noticia que ya se incorpora a su anterior trabajo y a sus actividades que realizaba antes del accidente. Si venía con su madre o con su padre venían a darme las gracias por la ayuda médica que le proporcioné…. Créeme que con ese agradecimiento me doy por bien pagado.
La conclusión es que vivimos en un gran país cuya riqueza es espiritual, humana, y con numerosos valores donde muchos se sienten atraídos por ese (olvidado) privilegio de servir.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de mayo de 2023 No. 1455