Por Mauricio Sanders

Al mismo tiempo que México libraba ésa que llamamos nuestra Guerra de Independencia, España también libraba una Guerra de Independencia, nada más que contra Francia. Apuesto a que nuestro país y la civilización de habla española serían más comprensibles si los programas educativos expusieran tal hecho a los parvulitos y trataran de explicarlo a los bachilleres.

Aquí en México, si te fue bien con la escuela a la que te inscribieron tus papás, la maestra te pone de tarea que leas en el libro de texto el cuadrito que lleva por título “Antecedentes de la Independencia”, donde se menciona en diez palabras el arresto del virrey Iturrigaray. Con eso, si es que hiciste la tarea, termina la enseñanza escolarizada acerca de la relación entre ambas Independencias.

Las Guerras de Independencia no son el único paralelismo entre las historias de México y España, que también tuvo un siglo XIX de enconada guerra civil. Aquí en México, primero contendieron federalistas contra centralistas y, después, conservadores contra liberales. Allá en España, los contendientes se llamaron carlistas contra cristinos: tuvieron nombres más bonitos.

Ambos países buscaron resolver sus querellas intestinas yendo a buscar un rey a otra parte. Acá, vino Maximiliano de Habsburgo. Allá, Amadeo de Saboya. Tanto Maximiliano como Amadeo reinaron poco tiempo y sus reinados concluyeron con pocos años de diferencia, sin aplacar las desavenencias internas. España tuvo su Primera República y México su República Restaurada.

UNA BUENA IDEA EN DECADENCIA

Alguna paz llegó a España con Alfonso XII, un rey propiamente dicho; en México, llegó alguna paz con Porfirio Díaz, un general-presidente cuasi rey. Las paces no duraron, pues siguieron revoluciones terribles. Por fin, bien entrado el siglo XX, ambos países alcanzaron estabilidad, aunque con regímenes que, en el siglo XXI, las respectivas opiniones públicas juzgan execrables: el PRI y el franquismo.

Al observarlos a detalle, los paralelismos divergen. Sin embargo, no hay que tomarlos por mera coincidencia, pues pueden ayudarnos a salir de nuestro error, a nosotros que consideramos que el Estado-nación es la unidad de la historia universal, su sujeto y protagonista.

España y México tienen historias paralelas porque son ramas del mismo árbol, la civilización hispánica, que a su vez entronca con una de las manifestaciones de la cultura occidental, la cultura católica latina, que a su vez está injertada en la cultura cristiana de Occidente, que da media vuelta al mundo, desde las costas del Pacífico ruso hasta el litoral oeste de Sudamérica.

A la civilización hispánica pertenecen Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, España, Filipinas, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. Estos países tienen historias semejantes, porque se desgajaron de una civilización que decae desde el siglo XVIII, pero no acaba de caer porque está cayendo desde muy alto.

Aunque repuntó con las Cumbres Iberoamericanas, la hispanidad es una idea fuera de moda. Se antoja más verosímil que el futuro nos depare MexUsCan a que se fortalezca la integración entre los países de habla española. Sin embargo, que una idea no esté en boga no quiere decir que sea mala.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de marzo de 2024 No. 1497

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