Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa
No se vale satanizar un mito para divinizar otro. Eso es un juego sucio. El hecho del derrumbe del socialismo en varias naciones de la Europa del Este no justifica que el capitalismo satisfaga las aspiraciones humanas y sea capaz de construir la civilización que todos deseamos, donde se conjuguen la libertad con la justicia.
El hecho de vivir en una sociedad impregnada por las teorías y las prácticas del liberalismo, es natural que haya conformado una mentalidad burguesa en no pocos individuos que nacieron y crecieron dentro de la abundancia de bienes, privilegiados del dinero, asegurados económicamente de por vida, convencidos de que sus propiedades eran exclusivamente suyas sin ninguna hipoteca social. Amasados en esta ideología, el liberalismo capitalista engendró en ellos, egoísmo, lucro, injusticia, ambición desmedida de tener más y más, ansia de placer, consumismo sin freno, idolatría de la materia, olvido y aun explotación de los desheredados. El burgués-burgués suele cultivar la soberbia de casta.
Los infectados por el virus capitalista-materialista están seguros, en lo más profundo del subconsciente, de que existen dos tipos de hombre: los verdaderos hombres que son los cultos, los promocionados, los nacidos para triunfar, la gente bonita; y por el lado opuesto, los campesinos analfabetos, los obreros impreparados, los nacidos para perder, una especie de homínidos que no tienen derecho más que para hacerse vivir, ni más obligación que trabajar.
No es difícil oír a un señor-don que vive en magnífica residencia, posee negocios flamantes y abultadas cuentas bancarias, que tranquilamente asevera: No sé de qué se quejan los obreros, nunca han estado mejor, hasta tienen televisión; para él, la televisión es artículo necesario y para el obrero un lujo superfluo que no debería permitirse. A ningún arquitecto se le diría: No le pago más, porque se lo gasta en whisky; y sin embargo, sí se dice al trabajador: No le pago más, porque se lo gasta en tequila.
A un señorón de estos y a sus juniors que siguen fielmente sus pisadas, podemos preguntarles: ¿Por qué no intenta usted vivir una semana, solo una semana, con lo que paga usted a uno de sus peones? La contestación es previsible; el señor se defenderá diciendo que hizo su capital con su esfuerzo, que arriesga abriendo sus negocios, que estudió quince años y que la existencia de ricos y pobres es una realidad natural.
Este convencimiento visceral de que hay dos tipos de hombres con distintos derechos, distinta moral y distinto destino, es corriente en numerosas personas que han dejado petrificar su corazón en un liberalismo tan materialista como el socialismo del que abjuran.
El mismo Marx decía que el capitalista no es malo, que incluso puede ser un hombre bueno; pero está dentro de un sistema de explotación del hombre por el hombre, de egoísmo institucionalizado, de idolatría por el lucro, de la ganancia de los pocos y de la carencia de los muchos.
Libertad, desde luego; pero unida esencialmente a la justicia. Porque la libertad sin justicia no es libertad.
Artículo publicado en El Sol de San Luis, 2 de junio de 1990.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de abril de 2024 No. 1501