Por Juan Gaitán |

El Papa Francisco, con toda la fuerza del Evangelio en sus palabras, no deja de confrontarnos a través de sus mensajes. El pasado lunes llamó especialmente la atención su homilía, en la que habló acerca del daño que hacen a la Iglesia los cristianos de doble vida. Pidió que no entremos en los esquemas del mundo, pues estos son mundanidad que llevan a la hipocresía.

¿Vivir en el mundo sin entrar en los esquemas del mundo?

¿Será posible vivir en el mundo sin entrar en los esquemas mundanos? Esta pregunta surgida de las palabras del Papa me recordó la importancia de la vocación de los laicos en la Iglesia. Ese ser “discípulos y misioneros”, en lenguaje de Aparecida. El Concilio Vaticano II dedicó un capítulo entero de uno de sus documentos al tema: El capítulo IV de la Constitución Lumen Gentium (al final de este artículo se encuentra la liga del texto).

Según este documento, laicos son todos los cristianos, excepto sacerdotes, religiosos y religiosas, que Dios llama a mostrar a Cristo a los demás, irradiando fe, esperanza y amor, a través del testimonio de su vida y desde las condiciones ordinarias de la vida familiar y social. (Cfr. LG 31) Para leerse dos veces, ¿no?

Es una realidad que la mayoría de los laicos no son conscientes de este llamado que Dios les hace a cada uno por su nombre, pero es una buena noticia que vale la pena anunciar: ¡Dios ha preparado a cada persona un proyecto que es, sobre todo, una misión!

El Vaticano II menciona algunas características, derechos y deberes de esta vocación específica que podría resumirse de la siguiente forma: Ser para el mundo, estando en medio del mundo, sin ser del mundo. Los laicos tienen esa vocación especial de hacer llegar el mensaje del evangelio a donde ni sacerdotes, ni religiosos, ni religiosas pueden llegar. (Cfr. LG 33)

Los sacerdotes difícilmente podrán entrar en la vida diaria de la oficina, la fábrica, el supermercado, la política, las artes, los colegios, las universidades, los periódicos, la televisión y todas las demás “realidades temporales”. Es notorio, por ejemplo, cuánto cristianismo hace falta en las relaciones laborales. ¡Los laicos, desde su lugar específico como miembros de la Iglesia, son quienes deben hacer llegar los valores cristianos a estas dimensiones de la vida humana!

Llamados a transformar las estructuras

Es propio de los laicos, entonces, ser ese fermento en la masa de la sociedad. El Vaticano II pide un compromiso real con las estructuras del mundo. Los laicos tienen un “puesto principal” en la realización de un mundo que viva en la justicia, el amor y la paz. Pide también que los laicos se dediquen con empeño a que los bienes creados se distribuyan entre los hombres de una manera más adecuada. (Cfr. LG 34-35)

Según las palabras del Concilio, esto no es solamente algo que los laicos pueden realizar de un modo especial por su condición privilegiada de cristianos en medio del mundo, sino que se trata de un deber que les corresponde. ¡Qué belleza saberse llamado a dar Vida al mundo, estando en medio del mundo! Recuerdo esas palabras atribuidas a San Francisco: “Prediquen el Evangelio con acciones y, si es necesario, usen también las palabras.”

 

Para profundizar en el tema, convendría leer los números 30 a 38 de Lumen Gentium:

http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html

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