Por Mónica Muñoz |
La adolescencia o “edad de la punzada”, como hace mucho años aprendí que se llama a la etapa en la que los niños dejan de serlo y pasan por cambios físicos y psicológicos que ponen de cabeza a sus padres, es la época del descubrimiento de la sexualidad y el fortalecimiento de su identidad como personas, hombres o mujeres, que permite además desarrollar a los jovencitos y señoritas las relaciones interpersonales entre ellos.
Es ésta una fase clave en el desarrollo de los chicos y chicas, pues aún no saben qué rumbo tomarán sus vidas, sin embargo, comienzan los coqueteos con el sexo opuesto, haciendo de la experiencia algo único y emocionante, pues las hormonas están haciendo lo suyo. Además, el humor les cambia tan rápido como un parpadeo, de repente están alegres y poco después hechos una furia, sin contar que se desencadena la rebeldía y la curiosidad por vivir libres del yugo parental.
Por supuesto, no sólo se transforman a nivel biológico, haciéndose aptos para la procreación, pues para eso fuimos hechos, sino que despiertan los intereses intelectuales y comienzan a preguntarse qué será de ellos en el futuro, ilusionados por alcanzar sueños de grandeza, que, a su modo de ver, los harán dueños del mundo entero.
A su vez, esto habla de una gran vulnerabilidad, pues confían fácilmente en otras personas, especialmente sus amigos, que comparten su visión de la vida y con quienes se identifican plenamente, por eso es muy duro para ellos enfrentar una decepción, sin embargo, gracias a Dios se sobreponen tan pronto que son capaces de iniciar una nueva amistad y seguir confiando.
Otro punto que llama la atención que ahora estén tan apegados a sus teléfonos inteligentes, a todas horas los consultan como si de ello dependieran sus vidas. Por eso no es extraño que a través de las redes sociales contacten a personas indeseables o encuentren información que nada bueno puede aportarles.
Unos amigos me comentaban que tuvieron que crearse cuentas en Facebook para monitorear de cerca lo que publican sus hijas. Por supuesto, esa medida no les garantiza que estén libres de otros peligros, pues en todos lados pueden toparse con ellos, pero por lo menos saben con quienes se comunican y lo que piensan, porque desafortunadamente, la red social se ha convertido en una gran ventana que deja al descubierto la intimidad de jovencitos y jovencitas.
Además, pueden caer en situaciones que los marcarán de por vida si no se les previene, como en el llamado “sexting”, que consiste en enviar fotos o videos de contenido sexual, incitados por otra persona.
Y qué decir de los embarazos no deseados que pueden terminar en abortos o trucarles la oportunidad de realizar estudios universitarios para encarar a tempana edad la grave responsabilidad de mantener y educar un bebé, que, dicho sea de paso, gracias a las campañas del “sexo seguro”, se han fomentado las relaciones sexuales y la promiscuidad entre los menores de edad.
Por todas las razones enumeradas y tantas más no mencionadas, es urgente que los padres de familia que tienen adolescentes en casa, estén alerta más que nunca a lo que ocurre con ellos, que dediquen tiempo a platicar y compartir sus deseos y sinsabores, porque si no lo hacen, no faltará el acomedido que les dé un mal consejo y los haga desviar el camino. Tienen que ponerlos en guardia respecto a lo que puede ocurrirles si no siguen las reglas de la casa, si desoyen las advertencias que se les hacen por su bien, pero por encima de todo, que se sientan amados y valorados, pues lo que se recibe en el hogar no puede suplirse con nada.
La educación sexual y formación en valores, el amor a Dios y sus preceptos, la pertenencia a la sociedad y la responsabilidad que conlleva, no se aprenden en la calle, se inculcan con la leche materna, es decir, los padres de familia no deben dejar a otros su labor formadora, nadie como ellos puede dar a sus hijos lo que necesitan para llegar a ser personas de bien, porque, por si fuera poco, a nadie más que a ellos les corresponde.
Por eso, como diría San Juan Bosco, en la educación de los hijos “cincuenta por ciento amor y cincuenta por ciento corrección”. Estemos atentos a nuestros adolescentes y ayudémosles a crecer sanos, felices, seguros de sí mismos y productivos.