Por Tomás De Híjar Ornelas, Pbro.

La tolerancia es un crimencuando lo que se tolera es la maldad

Thomas Mann

Casi al tiempo que la Santa Sede aceptó la renuncia de tres obispos chilenos, el de Puerto Mont, Cristián Caro, el de Valparaíso, Gonzalo Duarte y especialmente el de Osorno, Juan Barros, acusado de encubrir al presbítero Fernando Karadima en la consumación de abusos sexuales graves a menores de edad, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), por conducto de su Presidente, el cardenal José Francisco Robles Ortega, emitió el comunicado «Cero tolerancia de la Iglesia católica ante casos de abuso sexual por parte de clérigos», que hace suyo el «nunca más» «a la cultura del abuso y al sistema de encubrimiento» que perpetuó estas tropelías, y reitera que en todos los casos, pero sobremanera donde participan consagrados, «el abuso sexual infantil es un crimen que debe sancionarse con toda la fuerza y rigor de las leyes».

Según el Comunicado la CEM se suma a la consecución de «una nueva cultura de prevención, atención y respuesta», la cual incluye, desde el punto de vista canónico, «líneas guía del procedimiento a seguir en casos de abuso sexual de menores por parte de clérigos»; se adhiere a las disposiciones emprendidas por el Papa Francisco a través de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores y a la redacción de un «protocolo de protección de menores» inspirado en la legislación penal vigente en México, a fin de garantizar la prevención y la sanción a los infractores no menos que el apoyo y asistencia a la víctima y a su familia.

En el epílogo del Comunicado, los obispos y los superiores de Órdenes religiosas se comprometen «a actuar con total transparencia y sentido de la responsabilidad […] para evitar estos delitos abominables asumiendo el principio de tolerancia cero».

Para que ello sea posible, empero, hemos separado del texto un párrafo en el que la Presidencia de la CEM afirma haber emprendido desde hace varios años «un trabajo exhaustivo de revisión y fortalecimiento de la inscripción y formación en los seminarios de México».

Sin poner en tela de juicio tal cosa, este columnista considera que siendo la sexualidad un don que desde nuestra condición masculina o femenina nos hace complementarios a los seres humanos, los seminarios conciliares deben ofrecer de forma integral a sus aspirantes una educación sexual inspirada en criterios claros y evangélicos, para lo cual es necesario lo siguiente:

Que los obispos y su presbiterio, en lo tocante al estado y sostenimiento de los seminarios conciliares, participen en cada diócesis de forma directa en la marcha de cada uno de estos planteles de forma propositiva, evaluando periódicamente a los formadores y alumnos y que en ese proceso se tome en cuenta y participen cada vez más la familia de los aspirantes.

Que los superiores y formandos de los seminarios, además de poseer elementos claros de probada virtud, sean periódicamente evaluados, tanto en su desempeño como en el ejercicio integral de su condición humana, con las herramientas que ofrecen las disciplinas de la conducta.

Que con caridad pero también con energía y firmeza se tomen decisiones tajantes en torno a casos particulares que han perturbado, en estos ámbitos, el ejercicio de una sexualidad encaminada al celibato.

Y que acerca de esto se considere, absolutamente, que ser célibe no implica la supresión o la mutilación de la sexualidad, sino un ejercicio ponderado y libre de ese don a un servicio amoroso y abnegado que no está por debajo del de la vida conyugal.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador del 24  de junio  de  2018  No. 1198

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