Por Mónica Muñoz

Todo acto tiene una consecuencia, ya sea buena, mala o regular, todo depende del cristal con que se mire, sin embargo, nada que hagamos queda sin efecto. De tal modo que, aunque el evento sea pequeño y aparentemente, sin importancia, la decisión cambiará el curso de nuestra historia personal. Hasta parece el argumento de una película, pero pongámonos a pensar en cualquier actividad diaria. Por ejemplo, si sólo por hoy la mamá no se quisiera levantar, provocaría un caos en la casa, sobre todo si de ella dependieran niños pequeños o que los mayorcitos o incluso el esposo, esperaran de ella el desayuno, la ropa lista y el almuerzo para la escuela o trabajo. Sencillamente, ese acto de no levantarse, acarrearía muchos problemas. Por supuesto, la labor de la madre en un hogar es sumamente importante, pues es quien dirige las labores y marca el ritmo con el que se vive en su casa. Pero por no haber seguido la rutina, se le acumulará el trabajo, todos llegarán tarde y generará malestar a los demás miembros de la familia. Es decir, pagará un precio.

Pensemos ahora en algo más grande: supongamos que en una fábrica, hay un encargado de abrir la reja para que entren todos los empleados, además, únicamente él tiene llaves de la planta. Por eso, es el primero en llegar y el último en irse, pues de su presencia y trabajo depende todo el personal (esto, claro está, es irreal, pero podría suceder). Resulta que una mañana se sintió muy cansado y decidió tomarse el día libre. ¿Qué ocurrió? todos se quedaron afuera y la producción se detuvo, generando grandes pérdidas. Por supuesto, fue duramente amonestado y se le sancionó descontando dinero a su sueldo. O sea, pagó el precio.

Ahora bien, imaginemos que tenemos que tomar una decisión drástica que cambiará nuestra vida por completo: puede ser elegir carrera, un cambio de casa, una mudanza a otra ciudad, dejar el trabajo para emprender un negocio, contraer matrimonio, dejar un vicio, divorciarse después de muchos años de casados, … todas esas decisiones dejarán una marca indeleble en nosotros y en las personas que viven con nosotros, porque la familia sufre o goza a la par que uno de sus miembros. Por eso es importante pensar claramente en lo que cada acto representará para nosotros y qué consecuencias acarrearán a quienes viven en nuestro entorno. Tendremos que estar dispuestos a pagar el precio.

Sería muy egoísta creer que nadie debe meterse en nuestras decisiones, sobre todo si el hecho romperá la armonía familiar. Para cualquier persona será ineludible enfrentarse a las diferentes disyuntivas que se van presentando en el diario caminar, por eso es muy importante entender que todo cuesta en esta vida y tendríamos que estar abiertos a recibir un consejo porque la soberbia es la causante del mal en el mundo ya que el ser humano suele creer que tiene toda la razón y los demás no pueden enseñarle nada. ¡Qué grave error! Además, hay que atender al estado de ánimo, bien se sabe que una decisión importante no debe tomarse cuando se está enojado o muy alegre, las emociones obnubilan el entendimiento, evitando ver la situación con claridad.

Lo ideal sería esperar a que llegue la calma, para después meditar seriamente los pros y los contras del asunto, sopesando el alcance que tendrá y a quién más afectará. Por supuesto, cuando la decisión atraiga un bien, todos estarán contentos aunque eso represente un sacrificio, como cuando hay que dejar la casa paterna para vivir la vida propia en otro lugar, sea por estudio o por trabajo. Pero cuando esto ocurre porque la persona quiere alejarse del ambiente familiar por rencor o violencia, seguramente será más complicado entenderlo si no se tiene la intención de arreglar las cosas. Para ello se requiere mucho amor y perdón y ayuda de Dios, porque hay heridas que si no se atienden, pueden destruir la vida para siempre.

Por eso pensemos con cuidado, a la luz de la oración, cada paso que hay que dar en la vida, porque si actuamos movidos por el dolor, la ira o el exceso de alegría, podríamos arrepentirnos. Y si con eso afectamos la vida de otros, además de la nuestra, ¿estaremos dispuestos a pagar el precio? Que Dios nos ayude.

¡Que tengan una excelente semana!

«Te abrazo porque estamos vivos, porque te amo y quiero que lo sientas, porque la vida es breve y pronto dejamos de este mundo. Porque si no te lo digo puede que nunca lo sepas con certeza, porque necesitas escucharlo de mí como yo también lo requiero de ti. Porque cuando muera alguno de nosotros, desearemos haberlo hecho y ya no tendrá caso. Por eso te abrazo sin motivo especial y te expreso mi amor, así, cuando la muerte nos haga despedirnos, no quedará nada por decir. Por eso te abrazo, porque te amo.» (MMJ)

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