Por Tomás De Híjar Ornelas

“Lo peor de la peste no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso.” Albert Camus

El Arzobispo de Monterrey don Rogelio Cabrera López, en su calidad de Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, es decir, actuando “a nombre de los obispos de México”, ofreció el pasado 11 de marzo del año en curso un comunicado que dirige “a toda la sociedad, a las instancias de los tres poderes de la Unión, a las instituciones políticas, empresariales, educativas, religiosas y sociales que dan vida a nuestro país, a todos los actores que desde distintas trincheras están preocupados por el presente y el futuro de México”, bajo el título ‘Unidos por el bien común’.

Su punto de partida son “la enfermedad y muerte a causa de la pandemia por covid 19 y el escaso índice de vacunación; la crisis económica que ha detonado desempleo, mayor pobreza y marginación social; el flagelo del crimen organizado que diariamente cobra vidas y dinamita el crecimiento de las regiones; así como el rezago educativo que enfrentan las niñas, niños y jóvenes”.

De datos tan crudos, su propuesta a “unirnos como País para caminar juntos en la construcción del bien común” y “priorizar los esfuerzos y concentrarnos en lo esencial” se centra en el batidillo que están formando “diversas iniciativas legislativas que parecen no atender, ni entender, la gravedad de la situación”, pues “impulsando agendas ideológicas que deberían exigir una discusión social pausada y responsable, así como una fundamentación mucho más sólida, basada en la inalienable dignidad de toda persona”, “han ido recibiendo aprobación en el proceso legislativo en el Congreso, sin tener un consenso social amplio y un cimiento técnico riguroso”.

Más enérgica y clara no puede ser esta voz de alerta, que a la postre se reduce a “introducir modificaciones en la Constitución y en leyes secundarias, que abran las puertas a la ampliación de la práctica del aborto, a la restricción del derecho a la libertad de religión, de conciencia y de expresión, a limitar peligrosamente el ejercicio de la patria potestad, a intervenciones biotecnológicas en el ámbito reproductivo, al consumo lúdico de la marihuana, entre otros asuntos más”.

En tal marco, don Rogelio, representando a sus pares, dirige esta exhortación “de la manera más firme y atenta” para que “todos los actores sociales y políticos a que reconsideren sus prioridades”, toda vez que “a nadie conviene tener en estos momentos a un México dividido y fracturado por temas que exigen un debate social ordenado, paciente, respetuoso y bien fundamentado”.

Y lamenta y concluye que cuando más se necesita “trabajar por la fraternidad, la amistad social y la unidad nacional” se estén enarbolando más las diferencias que las causas más grandes “por las que vale la pena luchar en éste y en los próximos años”, regenerar el núcleo familiar y comunitario, tender puentes solidarios y fraternos de reconciliación, reconstruir el tejido social evitando “espirales de tensión y de presión” ante “una Nación que se desangra”.

Esperemos que sus advertencias no caigan en el vacío…

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de marzo de 2021 No. 1341

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