Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
“Dos cosas contribuyen a avanzar: ir más deprisa que los otros o ir por el buen camino.” René Descartes
Si Alfred Kroeber fue el primero en plantear para el ámbito académico, en 1939, el concepto de ‘áreas culturales’ aplicado a comunidades que compartían rasgos culturales en una misma región relativamente separada por su geografía (Cultural and natural areas of native North America),
lo redarguyó en 1943 Paul Kirchhoff en su artículo Mesoamérica, la culpa la tiene el esbozo que este hace de una civilización maya con linderos propios respecto al centro del México y comunidades tributarias con rasgos comunes en el norte de América Central y el centro y sur de México, respecto a las restantes culturas americanas.
Empero, la versión más aceptada al final de cuentas, la de Paul Kirchhoff, no rebasará la suya, pues tiene como límite norte la región comprendida entre el río Sinaloa, la sierra Madre Occidental, las cuencas de los ríos Lerma y Panuco, respecto a la sur: la desembocadura del río Motagua y el golfo de Nicoya, en Costa Rica, respecto a la cual este discípulo de Hegel arrastraba una brújula hermenéutica tan dilatada como terminó siendo su ‘Mesoamérica’ (América media, pues): un “espacio cultural” que va de la parte meridional de México a Costa Rica, distinto de las demás regiones “por la forma de vida de sus pobladores, su clima y su geografía”, no obstante ser la ‘Mesoamérica’ un corredor de climas y paisajes tan variados como lo son “valles, bosques, costas, pantanos y selvas”.
Ahora bien, ateniéndonos a que este derrotero y dándole a dicho ámbito jurisdicción lo mismo para tierras húmedas y fértiles, es decir, propicias a la agricultura por sus lagos y ríos, pero también zonas accidentadas y malas para la subsistencia, lo que ata al sociólogo a rasgos comunes, al final cuentas, son las sociedades organizadas en “grupos con diferentes funciones e importancia”, gobernadas por una élite compuestas por “jefes religiosos y militares” y “artesanos y campesinos”.
Hoy e día, la división social de Kirchhoff vale tanto como el crédito que uno le dé a evidencias tales como palacios y templos, urbanizaciones y ámbitos habilitados para la clase gobernante; una dieta basada en el consumo del maíz, frijol, chile, calabaza, aguacate y cacao y el cultivo de estos vegetales; el aprovechamiento del agua de las lluvias, de los ríos y de los lagos.
Sabemos de ellos que practicaban el politeísmo y que sus conocimientos de astronomía, matemáticas, ingeniería, arte, escritura y medicina no eran mínimos; así, además, de las técnicas empleadas en la construcción de los basamentos escalonados y edificaciones construidas para el ritual de juego de pelota de sus centros ceremoniales; de su numeración vigesimal y su escritura ideográfica.
Como se ve, la ‘Mesoamérica’ de estos muy tardíos intérpretes fue un extensa (un poco más de un millón de kilómetros cuadrados), sedentaria, gestora del bastón plantador/cortador, cultivadora de la milpa y capaz de nixtamalizarla, del juego de pelota, la numeración vigesimal, el calendario ritual de 260 días, los sacrificios humanos y la escritura pictográfica.
Como el propio Kirchhoff pudo reconocerlo, sus propuestas fueron recibidas con escepticismo en el campo arqueológico y sin deseos de debatirla en el que no lo era, pese a lo cual hoy en día ni se le omite ni se le incluye, toda vez que se considera por demás ‘historicista y culturalista’ su análisis, al modo de reducir lo ‘mesoamericano’ a un conjunto de elementos desarticulados tendientes a identificar “la cultura con el grupo étnico y la comunidad lingüística” y sin relación con los enfoques que hoy vincular la ‘civilización’ en los pueblos precolombinos con el de la América media.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de abril de 2022 No. 1396