Unos 19 siglos antes de la Encarnación de Cristo, Dios habló a Abraham y le dijo: “De ti haré una gran nación y te bendeciré. (…) En ti serán bendecidos todos los linajes de la Tierra” (Génesis 12, 2-3); el patriarca ya era un anciano y aún no tenía hijos, sin embargo, el Señor le prometió:

“Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes… Así será tu descendencia” (Génesis 15, 5).

De su hijo Isaac nacería Jacob, a quien el Cielo renombró como Israel (cfr. Génesis 32, 29), y éste tuvo doce hijos varones que fueron el origen de las doce tribus de Israel.

¿Hebreos o judíos?

En tiempos de Moisés se les llamó hebreos a los descendientes de Jacob o Israel.

Después de la muerte del rey Salomón, Israel se dividió en dos: el Reino del Norte, Reino Israel o Reino de Samaria, compuesto por diez tribus de Israel, y el Reino del Sur o Reino de Judá, compuesto por las tribus de Judá y Benjamín.

La palabra judío debería referirse sólo a los descendientes de la tribu de Judá, pero vendría a designar a los habitantes del Reino de Judá: judíos y benjaminitas.

El Reino de Israel desapareció bajo el dominio del Imperio Asirio, y las diez tribus fueron exiliadas y/o mezcladas intencionalmente con otros pueblos, pues era el modo habitual en que los imperios conquistadores hacían desaparecer la identidad de los sometidos.

El Reino de Judá fue conquistado por el Imperio Babilonio y deportada la mayoría de su gente, pero tuvo permiso para regresar en tiempos del Imperio Persa.

Jesús se encarnó como verdadero judío pues, siendo descendiente del rey David, también era descendiente de Judá.

Había mucho rechazo de los judíos hacia los samaritanos, reconocidos como israelitas pero al parecer mezclados con pueblos introducidos por la fuerza desde Mesopotamia, además de que su práctica religiosa discrepaba un tanto de la judía. Cristo orden a evangelizar primero a judíos y samaritanos, y luego al resto del mundo. Y parece que la reducción significativa en el número de samaritanos se debió a que entre ellos hubo una masiva conversión al cristianismo.

Entre los judíos que rechazaron el Evangelio están los sefardíes o sefarditas, que son los que luego se establecieron en España y Portugal, pero que con el tiempo también llegaron a lugares como Francia, Italia, Holanda, Marruecos o Túnez, y después a países de América.

Sefarditas cristianos

Entre los sefarditas hubo muchos que se convirtieron auténticamente al cristianismo.

Santa Teresa de Jesús fue nieta de un judío converso; san Juan de la Cruz también era descendiente de una familia de judíos que creyeron en Jesús como el Mesías, y lo mismo se puede decir de san Juan de Ávila o de fray Luis de León.

En España surgieron apellidos que solían designar la procedencia sefardita, y que son extremadamente comunes en países de Hispanoamérica; entre ellos: Álvarez, Benítez, Domínguez, Fernández, Gómez, González, Gutiérrez, Hernández, Jiménez, López, Martínez, Núñez, Pérez, Ramírez, Rodríguez, Sánchez, Vázquez y muchos otros.

No significa que todos los hispanoamericanos que llevan estos apellidos tengan sangre judía, pues era común que los indígenas, al bautizarse, asumieran un apellido español, el cual heredaron a sus descendientes. Pero ciertamente buen número de mestizos de América, que en su mayoría son católicos, debe tener sangre judía dado que aproximadamente un 25% de los españoles la tienen.

Así en todos ellos se cumple la promesa de Dios a Abraham, de darle una descendencia bendita, esparcida por todo el orbe.

Además, la sangre de las diez tribus perdidas de Israel debió extenderse por doquier. Aunque no se sabe con exactitud dónde quedaron los descendientes de cada una, desde el descubrimiento de América se especuló que los indígenas podrían ser sus descendientes. Y como Jesucristo indica que una de sus prioridades es el rescate de las ovejas perdidas de la casa de Israel (cfr. Mateo 15, 24), está la hipótesis de que los cristianos de hoy son en su mayoría descendientes de las tribus de Israel, es decir, personas con sangre hebrea, israelitas, hijos de Abraham.

Como quiera que sea, la Gracia de Dios no es estéril, y algún día se cumplirá la profecía bíblica de que no sólo los judíos —aunque el 90% de los que hoy se consideran como tales no provienen del Israel bíblico sino del Cáucaso—, sino el grupo mucho más amplio de los israelitas seguirán a Cristo, “y así todo Israel será salvo, como dice la Escritura” (Romanos 11, 26).

TEMA DE LA SEMANA: «SANTA EDITH STEIN: EL DIÁLOGO NECESARIO DE LA FE»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de mayo de 2022 No. 1399

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