Por Mónica Muñoz
No cabe duda de que cada día trae sus propias sorpresas y de que podemos ser testigos de hechos normalizados, gracias a la apatía que está permeando en todos nuestros ambientes. Esto lo comento porque en días pasados presencié varias escenas que me dejaron reflexionando profundamente, pero solo comentaré una.
Es domingo y llega una familia a la celebración eucarística. La madre y dos hijos se ponen cerca de mí y pienso que vienen solos, puesto que los dos niños están pegados a ella. De repente, la mujer empieza a toser y sale del recinto mientras que los dos chicos quedan esperando a que regrese. El más pequeño se asoma para tratar de localizarla y se coloca cerca de un hombre que está recargado en un pilar, pero no le habla, así que imagino que no hay parentesco entre ellos, además, él no se ha inmutado cuando desapareció la señora, sin embargo, el niño, al ver que su madre estaba tardando, sale a buscarla. Minutos después vuelve y se acerca a su hermano y algo le dice en voz baja. Al finalizar la Misa, la mujer se acerca al hombre que está recargado en la columna y le acaricia la espalda. Hasta entonces él reacciona y voltea a ver a la familia.
Sinceramente, no sabía qué pensar. Lo cierto es que es difícil hacer un juicio cuando no se conoce el contexto de una situación, pero me pareció muy triste que el niño más pequeño fuera el único preocupado porque su madre no estaba presente durante la celebración y que el niño mayor, y peor aún, el padre, ni siquiera se hubiera molestado en preguntar en dónde estaba su esposa.
Aunque fueron pocos unos instantes, fue una escena bastante incómoda de la que solo puedo conjeturar que la familia no estaba atravesando por su mejor momento.
La indiferencia
Creo que este ejemplo ilustra perfectamente lo que ocurre con mucha gente que, a veces, frente a tantos problemas y hasta sin darse cuenta, deja de preocuparse por lo que le pasa a sus semejantes, sin importar que sean de su sangre, porque lo más delicado es que, con quienes menos nos esmeramos en demostrar amabilidad y gentileza es con nuestra propia familia.
Sobre todo, quiero remarcar esto: los esposos tendrían que tratarse con mucho más cariño, porque los hijos los ven y aprenden, pero también sufren. En esta historia que les narro, el hijo menor estaba preocupado porque su mamá se sintió mal y vaciló en comentarlo con su padre. La prueba estuvo en que se aproximó a él sin mediar palabra. Prefirió dirigirse a su hermano. Si la relación familiar fuera cercana, inmediatamente todos hubieran reaccionado al salir la mamá.
¿Cuántas veces hemos actuado con indiferencia hacia nuestros seres queridos? Tal vez eso sucede porque nos vemos a diario, en ocasiones hasta tenemos roces y discusiones que deberíamos solucionar inmediatamente, o bien, procurar hablar con calma para aclarar los malentendidos, pero abordarlo como lo haríamos con una persona muy importante, ya que los límites que usamos con gente de un rango superior al nuestro, como un jefe o alguien con autoridad, ayudan a controlar lo que decimos, poniendo en nuestra boca un freno invisible que no nos deja emitir palabras hirientes. De la misma manera, usemos una barrera para no sobrepasarnos con nuestros seres queridos, ya que es importante rescatar la gentileza para dirigirnos a ellos, evitando hablarles con aspereza, menospreciarlos o insultarlos, porque esas son actitudes que hacen mucho daño tanto al agredido como al que agrede.
Amor y respeto
Practiquemos hablarnos con amor y respeto, preguntando a cada uno cómo están y si hay algo en lo que podamos ayudarlos, les aseguro que el simple hecho de demostrar genuino interés en los asuntos de nuestros padres, hermanos, hijos o esposos marcará una gran diferencia en la relación que mantenemos con ellos. Y tengamos detalles como servirles de comer, lavar sus platos o su ropa, obsequiarles algo, no tiene que ser costoso, quizá una flor o una fruta o algo simbólico, sencillamente demostremos cuanto los amamos, recordando que todo el tiempo que invirtamos en nuestros seres queridos será el mejor aprovechado, porque los momentos felices se atesoran y se convertirán en recuerdos hermosos para cuando alguno de nosotros ya no esté en este mundo. Hagamos alegre y ligera la vida de nuestra familia con nuestras buenas actitudes hacia ella.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de diciembre de 2022 No. 1430