Por Tomás De Híjar Ornelas, Pbro.
“No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande.” William Shakespeare
Si tomásemos en serio la leyenda según la cual los cimientos de la capital de los toltecas, al norte de la cuenca de México, Tula (“lugar de los tules” desde su etimología o ‘Ciudad de Quetzalcóatl’ desde sus antiquísimos devotos), los echó la mismísima Serpiente Emplumada, no podríamos no hacerlo con este dato duro: que ya para los años 968 y 980 d. C., su centro ceremonial alcanzó su máximo esplendor, gracias al control hegemónico que los toltecas tuvieron de la ruta de la turquesa.
Su declive lo provocaron dos factores: las reyertas entre sus devotos y los de Tezcatlipoca y el debilitamiento que a causa de ello aprovecharon sus rivales chichimecas, obligándoles a dejar su lugar sagrado a merced de la incuria.
Sin rivalizar con Teotihuacan, en la zona arqueológica de Tula reconoce uno la participación de artistas y artesanos de tan elevados quilates como los que decoraron el templo de Tlahuizcalpantecutli y el tzompantli o hicieron la talla de los atlantes o columnas gigantescas inspiradas en guerreros toltecas en secciones de ajuste perfecto.
El centro ceremonial que en período Posclásico –última etapa del desarrollo independiente de la civilización mesoamericana, que va del VIII a comienzos del XVI– le sigue el de Cholula, hoy en la zona metropolitana de la Puebla de los Ángeles. Cuenta en su haber con la pirámide más alta de Mesoamérica en cuya cumbre se alza el ejemplo más curioso del indocristianismo: el santuario de Nuestra Señora de los Remedios. Fruto de muchas etapas de superposición en las que se invirtieron muchos siglos, la obra material primordial, a la que se le fue arropando con capas en forma de talud o escalonados hasta alcanzar 400 metros por cada lado, comenzó la obra a principios de la era cristiana. Para evitar que los deslaves del temporal la dañaran, se le fueron acondicionando amplios canales de desagüe.
Tenayuca, al noroeste de la Ciudad de México, es obra de los chichimecas que destruyeron Tula. Su pirámide, de acuerdo al ciclo del fuego nuevo, se engrosó con una superposición cada 52 años de modo que consta de un templo doble pero sobre un mismo basamento.
El sitio comenzó a explorarse en 1914 pero fue a partir de 1925 cuando se descubrió el basamento cuadrangular y la amplia escalinata dividida por una doble alfarda y dos templos gemelos en su tiempo dedicados, como en el caso del Templo Mayor de Tenochtitlan y de Tlatelolco, a Tláloc y a Huitzilopochtli. La estructura cuenta con ocho etapas diferentes de basamento piramidal y doble escalera, de modo que sobradas bases se tienen para considerarla el modelo del Templo Mayor.
Al sur de esta mole comenzó, en 1524, la edificación del templo de san Bartolomé Apóstol, que usó como cantera sus sillares, dándose el caso, como el de los ya señalados, de la reutilización de un espacio sagrado de las culturas mesoamericanas para un uso similar pero ya bajo la rectoría de la fe católica.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de diciembre de 2022 No. 1431