Por Tomás De Híjar Ornelas, Pbro.
“La naturaleza no hace nada incompleto ni nada en vano” Aristóteles
“La mayor parte del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de efecto invernadero (anhídrido carbónico, metano, óxidos de nitrógeno y otros) emitidos a causa de la actividad humana”. Papa Francisco
Si remotísimas y cada día menos misteriosas para nosotros circunstancias facilitaron al homo sapiens sapiens pasar de Siberia al confín noroeste de América por Beringia, antes de que las aguas de la más reciente glaciación sepultaran esta superficie, las de los océanos Atlántico y Pacífico aislaron a estos expedicionarios en este continente hasta 1492, cuando se toparon con ellos otros que zarpando de Europa pretendían ir por el occidente a las costas del Lejano Oriente.
Ya para entonces, el territorio con menos tiempo de poblamiento humano del planeta estaba bien medido, incluso las islas del Caribe. Empero, lo que a partir de 1519, desde el macizo continental americano ensanche las fronteras de Castilla agregará para su causa grupos humanos cuyos elementos culturales y civilizatorios merecían más atención y cuidado del que tuvieron, y aun retienen una sabiduría digna de toda atención y respeto, y que motiva nuestro interés desde hace ya largos meses en esta columna, renovada gracias al faro que estamos y seguiremos usando, el de “Cosmovisión mesoamericana, descolonización de las ciencias sociales y diálogo mundial de saberes” (2020), de Juan Carlos Sánchez-Antonio, ante el espejo de lo que se plantea en la carta encíclica sobre el cuidado de la casa común – Laudato si’– del Papa Francisco (2015) y lo que se deliberó en el Sínodo para la Amazonia (2019).
Orillados por tal circunstancia y mientras no señalemos lo contrario, en lo sucesivo lo que aquí aparezca entrecomillado sin cita es redacción de Sánchez-Antonio y lo que no, citado por él y con el nombre completo del autor.
Cerramos ahora el exordio del multi aludido texto apelando a la autoridad máxima del teólogo suizo Josef Estermann, que ha consagrado su rara erudición a estudiar cómo los pueblos precolombinas de Sudamérica (y más precisamente los andinos) fueron vulnerados por los expedicionarios europeos cuando estos consiguieron barrenar la realidad (pacha, en términos de la cultura y lengua de aquellos) con el taladro del conocimiento, provocando a la postre incluso entre ellos mismos, un alejamiento de la vida “en todos los niveles y ámbitos”.
Y como tal método nada más conduce a la instauración de “una segunda naturaleza” que sea dócil a tales propósitos, en palabras ahora de Luis Villoro, de esta “previa transformación en la figura del mundo” dimanará la de la racionalidad ‘moderna’ o mejor dicho, el cierre de las mordazas de sus pinzas, pues por un lado se desconecta de la virtus (valor – esfuerzo – capacidad creadora) del hombre, y por otro eleva a una cumbre cada vez más distante e invisible (¿la de los satélites en el sistema solar?) a la razón, al estudio y al conocimiento (al ojo) y lo convierte en la guía del hacer, es decir, la técnica (la mano).
De las mordazas de tales pinzas se sirve el hombre, dicen los que sostienen esta premisa, para superar su debilidad natural y a cambio de ello dominar la naturaleza, reducirla a una ‘ciencia’ y convertirla, a través de esta, del arte y de la técnica en un objeto racional, instrumental, extenso, infinito, medible, dócil a su voluntad y útil a sus fines.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de septiembre de 2023 No. 1471