Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

“El buen hombre es el amigo de todos los seres vivos” Mahatma Gandhi

“La exclusión social, la violencia, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes son signos que muestran que el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado un verdadero progreso”. Papa Francisco

Las dos piernas del pensamiento moderno son el conocimiento exacto o matemático, del que se ocupó esta columna en la colaboración precedente. Hablaremos ahora del “pensamiento de lo mismo”, el ser en cuanto es, lo idéntico a sí, “lo que no cambia, lo que permanece igual y es eterno”, lo cual pide hacer a un lado al no-ser, es decir, a lo que “no es idéntico a sí, lo que cambia, lo que no permanece igual, lo contingente”.

Si trazásemos una línea de más de dos mil años entre los pensadores que han especulado al respecto,  de Parménides a Hegel, lo mismo es “pensar y el pensamiento de que algo es”. Para Fichte, por ejemplo, “es el Yo quien pone al Yo como idéntico”. Para Schelling, “el Yo absoluto exige radicalmente que el Yo finito devenga igual a él.

Por el camino de ‘lo mismo’, “el conocimiento se construye desde la identidad del ser”, que es “donde el pensamiento se traduce en la adecuación entre el sujeto y el objeto”, al grado que “la naturaleza pasa a ser objeto del pensamiento y debe de manipularse a imagen y semejanza de la razón que observa, mide, controla y domina todo aquello que no sea idéntico a sí”, hasta alcanzar el ‘régimen de la identidad’, a modo de las muelas de un molino donde “a nombre de la adecuación” se “descalifica (extermina) lo diverso, lo contingente, lo heterogéneo, lo distinto”.

No nos extrañe que de la mancuerna de lo universal–necesario del espíritu helénico y la que se opone lo individual–contingente del espíritu semítico, mortero de la historia de la filosofía occidental, se deje de lado el empeñoso intento de ‘conciliar’ tales extremos a cambio de darle “total prioridad a lo universal por encima de lo contingente”, al grado de adecuar la naturaleza “a los imperativos de la razón (principalmente matemática)”, a costa de excluir de ella “el no-ser (lo contingente)”, “la diversidad epistémica y la gran experiencia (la doxa) del mundo fáctico-fenoménico”. A decir de Theodor Adorno, por este camino lo idéntico cancela “la heterogeneidad de la vida empírica” a cambio de convertir “en lo mismo a todo lo diverso” de la realidad fáctica-cotidiana.

A lo dicho, Marvin Barahoma añade que “el pensamiento identificador” de esta corriente filosófica “se ha mantenido incólume a través del tiempo” merced a su convicción de ser “el instrumento idóneo para dominar la naturaleza”, “el medio ambiente, el hombre y el planeta entero”, camino por el cual ha conseguido como ‘asalto final’ “negar el rango de ‘conocimiento’ o ‘verdad’ en sentido estricto a “lo que no satisface el criterio auto-determinado de la cientificidad en sentido occidental”.

Concluyamos por ahora señalando que en la ‘ontología de la identidad’ “la no correspondencia entre lo que se piensa y la naturaleza representa el error o no verdad”, convirtiendo en pasto de su propia lógica la naturaleza, en tanto la reduce a ‘cosa extensa, infinita, susceptible’, objeto manipulable, que se controla y somete “al imperio de la razón idéntica, matemática e instrumental”, cuando no incluso en un error, pues no pasa de verla, concluye Luis Villoro, sino como “una cosa bruta, un objeto al que se tiene conocer sus leyes para poder dominarla y ponerla al servicio del hombre”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de septiembre de 2023 No. 1472

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