¿Cómo superar las primeras impresiones? Debemos esforzarnos para mirar más allá de lo que se percibe a primera vista

Todos hemos recibido etiquetas, pero también hemos puesto otras tantas. Lo bueno de reconocerlo es que se aprende a no juzgar, porque si juzgamos, no nos queda tiempo para querer y apreciar. Y hay que aprender a querer, aunque no terminemos siendo todos mejores amigos.

Lo único verdaderamente necesario es que aprendamos a ensanchar el corazón, para que todos quepan.

Generalmente ponemos etiquetas cuando vemos diferencias: en materia de salud, de condición social, de aspecto físico, etc. Pero en la medida en que empezamos a madurar – independientemente de la edad que tengamos –, podemos darnos cuenta de que es justamente esta diversidad la que enriquece, abriendo un abanico en el que todos caben y de todos podemos aprender algo.

Caridad para todos

Aunque seamos todos tan distintos por fuera y por dentro, contamos con una idéntica dignidad, la de ser hijos de Dios. Ese es el común denominador con el que contamos y el que tenemos que tener siempre presente, pues en realidad es el único que importa.

Para ayudarnos a encontrarnos con los hijos, hemos de buscar al Padre; luego de amarle y tener una relación con Él, podremos amar con sinceridad a nuestros hermanos, nos sentiremos más cercanos, más unidos. Como lo pidió Jesús en la Última Cena: «Que todos sean uno, como Tú, padre, estás en Mí y yo en Ti; que sean uno, como Nosotros somos uno» (Jn 17, 21).

Puede sonar fácil pero no lo es, a veces esto requerirá un pequeño esfuerzo o sacrificio, siempre encontraremos personas que nos irriten un poco más, o con algunos defectos o maneras de comportarse que nos exijan más paciencia. Pero en esos momentos donde estamos más tentados a juzgar, miremos al Padre, Él hará de intermediario y nos mostrará cómo podemos tener un poco de caridad con quien nos cuesta tenerla.

Mostrar apertura y disponibilidad

Cada persona es todo un mundo, más de lo que se ve desde fuera, hay mucho que se puede descubrir cuando nos esforzamos por mirar más allá de lo que se percibe a primera vista. Pero para eso es necesario tomarse el tiempo de conocer al otro, de renunciar a las primeras impresiones, de ceder al propio «yo» para dedicar un momento a alguien más.

Como escribió Jesús Urteaga en «El valor divino de lo humano», al referirse a la caridad con el prójimo: «Más que dar la vida por otro cristiano en un momento dado –que resulta fácil– el amor consiste en darle un poco de tu vida durante toda su vida. Un regalo de sonrisas; tu ayuda en su trabajo, tu aliento en su dolor, tu gozo en su alegría, tu amistad sincera, tus delicadezas. Todo lo que contribuya a hacer la vida más agradable a los demás».

Con información de CatholicLink

Cómo evitar las etiquetas

Etiquetamos a quienes no están en nuestra misma línea de entendimiento, sentimiento o actuación, por ellos es necesario siempre recordar lo siguiente:

Juzgar rectamente y con caridad, como nos pide Cristo. Condenar es algo que está dentro de nuestra naturaleza humana, pero que sea humano no quiere decir que no contemos con la Gracia de Dios para cambiar.

Humildad. Debemos ser espacialmente humildes para saber ver en el hermano todo lo bueno que tiene.

Reconocer lo bueno. Decía San Agustín que debemos fijarnos en los buenos e imitarlos. Si somos buenos encontraremos a los buenos, pero si comenzamos a ser malos, creeremos que todos los son.

No prejuzgar. Etiquetando nos sentimos perfectos frente a la imperfección de quien tenemos delante. Prejuzgar y condenar, eso, todos podemos hacerlo.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 2 de septiembre de 2018 No.1208

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