Por Jaime Septién
México enfrenta un reto monumental: ponerse de acuerdo para actuar en unidad ante la emergencia sanitaria y económica que amenaza con devastar al país en todos sus rincones y a todas sus familias.
Un reto que podría ser menor o, cuando menos, escalable, si hubiese apertura a reconocer en el otro razones reales y no tasarlo con prejuicios históricos. Si algo debemos arrancar los mexicanos de nuestro corazón es el odio, el racismo, la segregación, el descarte, sea éste de abajo hacia arriba o de arriba hacia abajo (si abajo y arriba significan algo concreto).
En este sentido, el sentido de la concordia, la Iglesia católica juega un papel esencial. “Los hombres, al alejarse del Evangelio, han encontrado la desolación y la muerte”, escribe Papini. Es el momento justo de llevar el Evangelio –con testimonios, gestos y palabras—en la solidaridad con el más pobre y la protección de la vida.
El gran acuerdo nacional que estamos gritando todos los que queremos a México, es el poder vernos unos a otros; saber que hay razones para la acción común. “La teoría de la conspiración –dice Popper—es una consecuencia de la desaparición de Dios como punto de referencia, y de la consiguiente pregunta: ¿Quién lo ha reemplazado?”
Lo ha reemplazado el odio.
No dejemos que pase el tiempo sin pedirle a Dios que nos ilumine para ponerlo a Él en el centro del acuerdo. No yo ni tú: nosotros. Si eso está fuera de las “negociaciones”, habremos dado –como nación—un paso seguro hacia el abismo.