Me es grato compartir un poco de nuestra historia para nuestras amigas solteras que están en ese proceso de definir su vocación.

Por Gaby Briones

Conocí a mi esposo David en la secundaria, pero en ese entonces a mí no me permitían tener novio. Continuamos saludándonos con cariño, nos veíamos después en el bachillerato, pero cada quien haciendo lo suyo. En nuestras carreras, él eligió otra universidad y ahí nuestros caminos, por así decirlo, se separaron.

Fue un tiempo que el Señor dispuso conveniente para luego reencontrarnos, más maduros, más humanos y más enamorados. Años más tarde nos volvimos a ver a la salida del cine, yo iba con mi hermana mayor y él con su hermano mayor. Intercambiamos correos, iniciamos conversaciones, empezamos ahora sí a conocernos y a tratarnos como amigos y en tres meses me pidió que fuera su novia, acepté.

Antes de volverlo a ver, una buena amiga me dio un consejo que quiero compartirte: “haz una lista con lo que tú deseas de ese hombre con el que quisieras casarte” y yo muy obediente esa noche, después de mi oración, lo hice. Le pedí al Señor que me ayudara a mí también a ser la mujer que pudiera complementar la felicidad de ese hombre que aún no conocía, pero que sabía que Él en su infinita misericordia había destinado para mí.

Y así fue. Recuerdo que oraba por él diariamente y anexaba a mi oración: “que cuando yo lo vea lo reconozca como el indicado y que cuando él me vea también lo haga”.

Cuando mi ahora esposo y yo empezamos a hablar, antes de irme a dormir, yo iba palomeando una a una las cualidades de ese hombre que yo había soñado y la última era: “que te ame, Señor, igual o más que yo”. Una noche, cuando repasé la lista pensé: “¡David nunca me ha hablado de Jesús!”.

A la mañana siguiente era domingo. Fui a Misa de 8 am con mis papás y ¡Sorpresa! ¡Ahí estaba él en primera fila! Toda esa Misa fue una acción de gracias a Dios por escuchar mi oración, por haberme permitido tener errores, por haber estado lejos de David todos esos años y porque en ese justo momento, tuviera la certeza de que Él nos estaba preparando. En esa Eucaristía lloré de alegría.

A los tres días iniciamos nuestro noviazgo, el cual duró dos maravillosos años, y en seguida vino la pedida de mano.

Después de los primeros seis meses de noviazgo, me pidieron en mi parroquia, que los apoyara a formar un grupo juvenil (se puede decir que, aunque yo era la coordinadora, David hacía todo junto a mí y ambos empezamos así a amar más nuestra espiritualidad).

Aprendimos a caminar juntos en la renuncia diaria y a tomar la Cruz de cada día, a buscar el bien mayor y a saber esperar. En estos años entre retiros, charlas, talleres, campamentos, formaciones, confesiones, Eucaristías, Horas Santas, en mí corazón empezó a despertar la pregunta que comentaba al inicio: “Señor, ¿dónde me quieres?».

De la mano de mi director espiritual, comencé un proceso vocacional con las Hijas del Espíritu Santo y ahí el Señor me clarificó que me quería como esposa y madre. Unos meses después David me pidió ser su esposa en la capilla de claustro de las Hijas del Espíritu Santo. Fue un momento muy especial para los dos.

La madre le pidió que llevara un cirio y empezó a darnos una plática muy hermosa sobre el ser humano, la familia, los hijos y la apertura de la vida. Recuerdo que no entendía nada, David me había llevado ahí con la excusa de que la madre me quería conocer (nosotros estábamos en un campamento juvenil en San Luis Potosí, ropa enlodada, tenis mojados y cabello… mejor ni les digo, ¡sólo imagínenlo!).

Después de la hermosa charla, nos pidió que entráramos a su capilla de claustro y que David prendiera el cirio junto a mí, para que siempre que tuviéramos una decisión que tomar, lo encendiéramos juntos y oráramos con la certeza de que Dios nos iluminaría. Acto seguido, la madre nos dejó solos y David sacó el anillo de compromiso, sus palabras fueron: “aquí delante de quien tú más amas te quiero preguntar: ¿quieres ser mi esposa?”.

Fue un momento maravilloso, en donde Dios confirmaba mi vocación, la cual acepté y sigo aceptando día a día. Nuestro compromiso duró un año entre preparativos y a la par seguimos en la espiritualidad de la Cruz, la cual nos ha ayudado a seguir tomando esa Cruz para dar Gloria a Dios en nuestra familia. Él, por su misericordia, ha bendecido abundantemente a nuestra familia, tenemos dos varones y una niña a quienes estamos educando en casa centrados en la fe católica pues hemos descubierto que ¡Sólo Dios basta!

De corazón oro y deseo que tú también le preguntes al Señor: “¿dónde me quieres?”. Él te sorprenderá, y no nada más con la respuesta, sino también porque te dotará de lo necesario para cumplir el sueño que Él ha soñado para ti.

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Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de julio de 2021 No. 1357

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