Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

Cuando nuestros abuelos fueron nietos, cómo gozaron las funciones de títeres de Rosete Aranda. Títeres hermosos, vivaces y flexibles que hoy guarda el Museo Rafael Coronel de la ciudad de Zacatecas. Los titiriteros de aquella famosa Compañía tenían tal destreza de manos, que movían a los muñecos a su placer, según los sentaban o bailaban, los hacían reír o llorar, entrar o salir de escena, para lo cual bastaba un ligero temblor del dedo meñique o un invisible estironcillo de alguna cuerda finísima. Porque el títere está siempre delante, actuando cara al público; pero el titiritero está siempre atrás del telón, manejando los hilos, como que cierto anonimato suele ser consustancial al manipulador.

El escritor escocés Carlyle utilizó por primera vez la palabra manipulación en 1864, en conexión con el influjo innoble ejercido sobre los electores. Hoy, la palabra aquella se derrama caudalosamente entre un cauce de situaciones de todo orden, como que la manipulación -que es intromisión y mezcla en voluntades y asuntos ajenos-, se ha convertido en función cotidiana. Yo manipulo, yo soy manipulado; porque la manipulación es activa como pasiva; la padecemos y la hacemos padecer.

El biólogo, por ejemplo, a nombre de eso tan abstracto llamado “ciencia” es capaz de manipular hasta a los genes. El sociólogo interpreta datos de acuerdo a sus hipótesis y real gana. El demagogo lava-cerebros y afloja-albedríos, adoctrina con la mejor técnica de Rosete Aranda. El falso político, retórico lenguaraz, adormecedor de conciencias, difunde ideas y sistemas difusos, confusos y obtusos. ¿Y la publicidad? Una publicidad indiscriminada, junto con los medios de comunicación significantes, viven y reinan desde un trono despótico, más peligroso cuanto más insinuante y sutil, disfrazados de encantos, hechiceros cautivadores, como que han hecho perder al hombre la distancia crítica y la capacidad de reaccionar.

La enseñanza manipula a la juventud si se convierte en domesticación ideológica y en imposición de juicios y valores. Y aun la educación hogareña, por autoritarismo de los padres, suele imponer a los hijos el seguimiento de tal profesión o destino, con el pretexto de que “nosotros queridos padres, buscamos únicamente tu felicidad”.

La manipulación abarca prácticamente todo el conjunto de técnicas de influencia social y moral; y por lo que implica de presión, de opresión y de control sobre la inteligencia y la voluntad, debe considerarse más inhumana que todas las demás formas de violencia física y de fuerza bruta. No teman a los que matan el cuerpo, decía Cristo, sino a quienes matan el espíritu.

La esclavitud no ha terminado, solo ha cambiado de etiqueta. Cada hombre ha de acometer, cada día, la batalla para lograr la independencia de tantos manipuladores que lo quieren reducir a cosa, a simple títere de Rosete Aranda, privado de la gloria de ser y saberse libre y liberador.

Publicado en El Sol de San Luis, 8 de junio de 1991; El Sol de México, 13 de junio de 1991.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de febrero de 2024 No. 1493

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